jueves, 17 de agosto de 2017

Garrote vil a los «Marines» en un prado de Navahermosa

ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN - ESBOZOS PARA UNA CRÓNICA NEGRA DE ANTAÑO (II)

En octubre de 1892, los hermanos Tomás y Raimundo Guzmán robaron en una casa de Mensabas y mataron a los dos viudas que allí vivían; fueron condenados por asesinato

Plaza de Navahermosa, localidad donde se celebró la ejecución de los «Marines» y , a la derecha, rollo jurisiccional de Mensalbas, localidad natural de los hermanos Guzmán Marín y lugar donde se cometieron los crímenes - ARCHIVO DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE TOLEDO

Considerando que los reos de pena capital en sus horas postreras solían ser objeto de afrentas y despiadada curiosidad, derivando muchas ejecuciones en escándalos que turbaban el «recogimiento» que debía presidir tan crucial momento, en 1894 don Antonio Maura, a la sazón ministro de Gracia y Justicia, promovió una real orden por la que se determinaba que estas sentencias fuesen materializadas en el interior de las cárceles y no en espacios abiertos a los vecinos.



Diferentes localidades se arrogan el privilegio de haber acogido la última ejecución pública de España. Murcia con Josefa «La Perla», Tineo (Asturias) con Rafael Gancedo oValderrobres (Teruel) con Lorenzo Alegre son algunas de ellas. A esta siniestra lista podría sumarse la población toledana de Navahermosa, donde el 30 de abril de 1897 fueron agarrotados los «Marines», dos hermanos de Menasalbas condenados por asesinato.

El uno octubre de 1892, Tomás y Raimundo Guzmán Marín, con mala fama de jugadores, robaron en una casa de Menasalbas donde vivían dos viudas: Felipa Díaz Espinosa e Isabel Iglesias Medina, de ochenta y setenta años respectivamente. Al día siguiente volvieron a la misma buscando mayor botín y las asesinaron. Una recibió una puñalada en el pecho y la otra fue degollada. Pasó un tiempo hasta que fueron detenidos. Cuando llegó ese momento ya llevaban sobre su conciencia otro asesinato más, el de un joven hortelano quien en una discusión les insinuó conocer que ellos eran los autores de aquellas horrorosas muertes. Sometidos a juicio fueron condenados a muerte, quedando ingresados en la cárcel de Toledo, ubicada en el antiguo Convento de Gilitos.

Allí pasaron tiempo hasta que la ejecución fue fijada para el 30 de abril de 1897 en la localidad de Navahermosa, cabeza del partido judicial donde cometieron sus crímenes. Aunque por entonces las ejecuciones ya no debían ejecutarse en publico, la ley parecía ser papel mojado. Señalado lugar y fecha para cumplir la sentencia, en la prensa se sucedieron informaciones que, pese a lo trascendente y grave de su trasfondo real, bien hubieran podido servir a Luis García Berlanga o Billy Wilder como inspiración para sus magistrales películas «El verdugo» y «Primera Plana».

El 28 de abril llegó a Toledo Salustiano de León, ejecutor de la justicia en Cáceres, quien era uno de los dos verdugos designados para la ejecución. De su llegada a la capital dio cuenta Federico Lafuente en las páginas de La Época. Según relató, en la Plaza de Zocodover tuvo que intervenir la guardia municipal para «impedir la aglomeración de curiosos» que deseaban verlo. El cronista le definió como hombre de «fisonomía dura y mirada inquieta», añadiendo que «presume de conocer perfectamente su repugnante oficio y habla de él con gran entusiasmo». Tanto, que concedió una breve entrevista al periodista toledano.

De León, de cincuenta y tres años de edad, le confesó que era natural de Toledo, donde en su juventud había sido zapatero. Llevaba once años de verdugo y en ese tiempo había ejecutado a ocho reos y le habían indultado a diecisiete. «Me presento a todos –añadía- con finura y procuro animarlos». Era ejecutor de cuarta categoría y cobraba por esos servicios 4,50 pesetas diarias. Como para cumplir la pena capital de Navahermosa también se había designado a un ejecutor de Madrid, Lafuente le preguntó quién de ellos intervendría. «No lo sé –respondió-; pero como se trata de un compañero que no ha practicado mucho, podría ocurrir un contratiempo; veremos lo que disponen, y si a mí me encargan la ejecución de los dos, la haré con mucho gusto».

Para rematar sus declaraciones, el verdugo mostró al periodista los hierros del garrote que traía, indicándole que el mismo había sido realizado por un herrero que unos meses después «lo estrenó», pues había matado a su esposa. La llegada de Salustiano a Toledo había sido precedida de una compañía del regimiento militar de Cuenca destinada a intervenir como piquete durante la ejecución.

Encabezamiento del suplemento especial publicado por El Día de Toledo con todos los detalles de las ejecuciones de Navahermosa

Por entonces, los dos hermanos ya estaban en la cárcel Navahermosa. En las páginas de El Día de Toledo se ofrecieron detalladas noticias de las horas previas a la ejecución. Salieron de la prisión toledana a las cinco de la mañana del día 26 conducidos en un coche preparado al efecto escoltados por fuerzas a caballo de la Guardia Civil. En cada pueblo que pasaban (Polán, Gálvez y San Martín de Montalbán) el vecindario se echaba a la carretera para verlos.

Los penados «iban tranquilos, fumando y conversando con los guardias». En mitad del camino hicieron una parada en la Casilla de los Pascuales, cerca del Torcón, donde almorzaron una tortilla de jamón que les habían preparado en la cárcel y compartieron chorizo que llevaba la escolta.

Al llegar a Navahemosa pidieron para cenar sopas con huevo, exigiendo, matizaba el cronista, que se las «hicieran bien». Poco después llegaron también a la localidad monteña los dos verdugos. Salustiano vestía chaqueta y chaleco de paño negros, pantalón rayado, sombrero ancho y capa.Julio González y Hernández, director de El Día de Toledo durante veintitrés años

En las horas previas a la ejecución, los acontecimientos se sucedían en Navahermosa. Las fuerzas militares venidas desde Cuenca hicieron su entrada si que se diese ninguno de los toques de corneta reglamentarios, para no alertar a los «Marines» de su presencia. Uno de los reos, Tomás, recibió la visita de su mujer. Tomaron chocolate, en varias ocasiones, y cocido. Para asistirles espiritualmente llegaron sacerdotes de varias localidades y se constituyó una hermandad de caridad para confortarles en sus últimas horas. La capilla quedó instalada en el piso superior de la cárcel, estando presidida por una imagen de la Inmaculada Concepción. El día 29, un maestro carpintero, apellidado Francisconi, levantó el patíbulo en un prado a la entrada del pueblo, mirando el mismo hacia Menasalbas, lugar natal de los penados y donde cometieron sus crímenes.

El momento crucial se acercaba. Entre las doce y la una de la madrugada, Tomás volvió comer sopa de cocido y un trozo de carne. Su hermano solo bebía agua de naranja, aunque un teniente de la Guardia Civil le convenció para que tomase una copa de jerez y dos bizcochos. Él, no fiándose, pidió al oficial que los probase primero. El doctor Julián Sánchez Izquierdo, quien les atendía, les tomó el pulso. Uno tenía 88 pulsaciones, el otro 96. A las cinco de la madrugada volvieron a tomar chocolate con leche. A las siete se presentó ante ellos el ejecutor (al final intervino el verdugo llegado desde Madrid) y se presentó. «¿Me conocéis? –les dijo-; soy el ejecutor de la justicia y vengo a ejercer mi triste misión». Tomás le respondió: «no te conozco, pero supongo quién eres y qué oficio tienes; yo por nada lo tendría».

Una hora después, antes de subir el carro que les trasladaría hasta el patíbulo, Raimundo pidió un vaso de agua, siendo recriminado por su hermano: «¿no te puedes aguantar dos minutos, que dentro de ese tiempo no la necesitas?». En el lugar de la ejecución se congregaron más de mil personas procedentes de los pueblos cercanos. Ya ajusticiados, los cadáveres permanecieron en el tablado, custodiados por la Guardia Civil, hasta las seis de la tarde, hora en que fueron llevados al cementerio. La hermandad de caridad recogió ochenta pesetas en limosnas, con las que se pagaron las cajas y se entregó el resto a sus familiares.

Para responder al morbo que estas ejecuciones habían levantado, El Día de Toledo dedicó a ellas detalladas crónicas. Tanto interés despertaron estas reseñas, que el lunes tres de mayo el periódico sacó a la venta un suplemento especial, al precio de cinco céntimos, la mitad de su precio habitual, recopilando cuanto había ocurrido. «Cumplida la justicia humana –concluía el relato-, que la Divina les acoja en su seno, deseando que la provincia no vea repetirse en mucho tiempo tan conmovedor espectáculo y haciendo votos por que ningún desgraciado sienta sus facultades ofuscadas y se manchen sus manos con el crimen». Este diario, que se imprimía en los talleres tipográficos de los Hermanos Menor, estaba dirigido por Julio González y Hernández, uno de los periodistas más activos de aquella época en Toledo.

Doctor en Filosofía, archivero, bibliotecario arqueólogo y jefe de la Biblioteca Provincial, González y Hernández dirigió El Día de Toledo entre 1897 y 1920, colaborando además con publicaciones como La Correspondencia de Toledo, El Turista, La Campana Gorda y el Boletín de la Sociedad Arqueológica de Toledo, entidad de la que era miembro. También fue corresponsal de La Vanguardia de Barcelona. Cuando falleció, en 1932, estaba considerado como el decano de los periodistas toledanos.

Las ejecuciones de los «Marines» aún son recordadas en la comarca de Navahermosa. El investigador Ventura Leblic, presidente de la Asociación Montes de Toledo y tataranieto de una de las mujeres asesinadas, Isabel, publicó una amplia reseña de las mismas en el número 150 de la Revista de Estudios Monteños.Grabado de Gustavo Doré mostrando una ejecución por garrote vil en Barcelona

Mientras los cuerpos sin vida de los hermanos Guzmán permanecían sobre el patíbulo, en Madrid se reunía en Consejo de Ministros presidido porCánovas. A la entrada al mismo, los periodistas preguntaron al ministro de Gracia y Justicia si entre los expedientes de indultos que iba a tratar el Gabinete figuraba el de los reos toledanos. Impertérrito, les comunicó que la pregunta llegaba tarde porque la sentencia ya había sido ejecutada.

Dos días después, en El Liberal de Madrid se hizo público un último colofón a estos dramáticos hechos. Momentos antes de ser conducido al patíbulo, uno de los reos recibió una carta de un hijo suyo comunicándole la buena nueva de que por hechos de armas acaecidos en Cuba, donde prestaba servicios, había sido ascendido a sargento. «La escena que se produjo por este motivo –concluía el despacho remitido telegráficamente desde Toledo- fue desgarradora».

@eslubian Toledo13/07/2016 14:05h 

ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN
http://www.abc.es/espana/castilla-la-mancha/toledo/abci-garrote-marines-prado-navahermosa-201607131405_noticia.html

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