sábado, 11 de marzo de 2017

Huella de las Culturas medievales en el Urbanismo de Toledo

HUELLA DE LAS CULTURAS MEDIEVALES EN EL URBANISMO TOLEDANO

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Podría pensarse que el singular pasado histórico de Toledo durante los siglos XII al XIV habría dejado como herencia un gran patrimonio urbanístico y arquitectónico que nos sirviera hoy para revivirlo. Toledo es, sin duda alguna, una ciudad bellísima e impresionante, cuya historia se manifiesta en sus calles y monumentos.



Pero muchos de ellos son de épocas posteriores a las que aquí estudiamos. De la ciudad se ha dicho que, con excepción de la catedral, fue hasta el siglo XV «de tierra, argamasa, mampostería y ladrillo» —materiales todos ellos muy propios de la arquitectura mudejar—.

Resultado de imagen de Urbanismo medieval de ToledoPero el mismo autor de la frase, que es el gran arquitecto e historiador del mudejarismo Leopoldo Torres Balbás, nos ha enseñado a caminar por el «Toledo oculto» medieval y mudejar, a través del «Toledo aparente».

Recorreremos ahora algunos tramos del itinerario. El urbanismo del Toledo medieval cristiano debía mucho a las épocas pasadas, en especial la romana y visigoda, pero, sobre todo, conservaba los rasgos de la ciudad hispanomusulmana. El emplazamiento era antiguo, como en tantas otras ocasiones, y aprovechaba unas condiciones magníficas de defensa y refugio, sobre unos escarpes de roca, con el río Tajo como gran foso natural que circundaba a la ciudad en más de sus dos terceras partes. Toledo, extendida sobre 106 Ha. de superficie amurallada, era la «ciudad más fuerte de la península»

Sus murallas, de origen romano y visigodo, habían sido profundamente restauradas a comienzos del siglo IX y, de nuevo, en 1100 por Alfonso VI, y después del terremoto de 1221. En ambas ocasiones se utilizaron materiales anteriores, y el rey cristiano conservó los procedimientos defensivos musulmanes, tanto en el clásico sistema de puertas como mediante la construcción de corachas, es decir, lienzos de muralla que aislaban el espacio comprendido entre el muro principal y el río para proteger así azudas y manantiales, molinos y tenerías, pasos de barca.

Las murallas que defienden la ciudad por el lado N, no circundado por el río, eran dobles. Además de la muralla de la medina o ciudad, propiamente dicha, donde se abre hoy la Puerta del Sol, estaba murado el arrabal, el único importante de Toledo, construido a partir del año 814, y en sus paneles se abrían otras puertas famosas, la de Almaguera o Bisagra vieja, y la de Bisagra nueva, reconstruida en el siglo XVI. En el sistema defensivo se incluía el único puente de piedra con que contó Toledo desde época romana hasta el siglo XIII.

Al ser el puente,  Toledo medieval (J. González) 92 por excelencia, no necesitó nombre, aunque hoy le conozcamos con el término árabe, duplicado por el castellano: puente de alcántara (alqantara = el puente). Fue totalmente reconstruido en 997, y estaba defendido por una torre en su cabecera, así como, al otro extremo, por el monasterio-castillo de San Servando, que ordenó edificar Alfonso VI en los años que siguieron a la conquista, y que es el mejor ejemplo de arquitectura militar del Toledo cristiano-mudejar, a pesar de sus numerosas restauraciones.

El puente también fue rehecho, ya en época cristiana, en 1259 y Alfonso X ordenó la construcción de otro, el de San Martín, en el extremo opuesto de la ciudad. Como tantas ciudades islámicas, Toledo disponía de una ciudadela o reducto especial donde se alojaban el gobierno urbano, la guarnición y, en caso de rebelión ciudadana, algunos habitantes.

La ciudadela podía ser, también, último punto de defensa frente a un atacante exterior. Parece que se construyó a finales del siglo VIII, como consecuencia de las revueltas urbanas de muladíes y mozárabes, y recibió el nombre de alhicén, por situarse en una zona más elevada. Al ser propiedad gubernamental, Alfonso VI entró inmediatamente en posesión de todo el Alhicén o ciudadela, desde 1085.

Allí había dos alcázares, de los que uno, el Palacio de Galiana, ha desaparecido, y el otro se conserva en su nueva planta hecha en el siglo XVI. Allí, también, se establecieron la cárcel pública y la ceca o casa de moneda. Como en Sevilla, Córdoba o Granada, Toledo heredó, por tanto, un barrio del alcázar procedente de su pasado islámico.

Los contornos urbanos de Toledo también expresaron aquella herencia durante varios siglos. Se conservó, por una parte, el recuerdo del maqavir o cementerio musulmán extramuros, aunque es bien sabido que los cristianos medievales no seguían aquella práctica de enterramiento. Al lado opuesto de la ciudad, junto al castillo de San Servando, seguiría en uso la gran explanada o musara destinada a ejercicios y juegos ecuestres, y a paradas o alardes militares.

Pero, sobre todo, Toledo conservó hasta el siglo XVII buena parte de su contorno de huertas y jardines, con pequeñas granjas o almunias, procedentes de la época musulmana, como en otras ciudades españolas. Los sistemas de elevación y uso del agua del Tajo estuvieron muy desarrollados para atender al mantenimiento de aquel paisaje rural sub-urbano. La principal zona de huertas estaba en la vega alta del Tajo, donde se alzaba la Huerta del Rey, llamada también palacio de la buhayra (buhayra es alberca), propiedad de los reyes taifas y, después, de los cristianos.

Cerca estaba la almunia de la infanta Doña Sancha, a mediados del siglo XII. Entre el río y el lienzo de la muralla había también diversos espacios de huerta, que se ampliaban al otro extremo de la ciudad, en la llamada Vega Baja, en torno al convento y arrabal de Santa Leocadia, que, por lo que sabemos, es creación de época cristiana, aunque sobre asentamientos de época visigoda.

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Pasemos ahora al interior de la ciudad. En él, lo característico era la fragmentación del espacio urbano, la vida propia de cada uno de sus elementos, a partir del más pequeño de ellos, que es la casa o el grupo de casas que forma una manzana. La irregularidad de la red viaria es el resultado de una forma peculiar de concebir la vida urbana en países de Islam, aunque, en el caso de Toledo, se añade otra razón, como es la complicación y dificultad topográficas.

De todos modos, se distingue, como en todas las ciudades de herencia islámica, algunas calles principales, o ejes de tráfico que desembocan en puertas de la muralla. En Toledo son las de Santo Tomé, Pozo Amargo y la de Francos. Junto a ellas, las callejas secundarias que separan manzanas amplias e irregulares, y en tercer lugar, penetrando en las manzanas para uso de sus vecinos, multitud de callejones ciegos, llamados adarves, que a menudo tenían puertas para su cierre nocturno.

Hoy han desaparecido bastantes, pero en los planos del siglo XIX se observan más de cincuenta, sobre todo en el triángulo formado entre la catedral, la iglesia de San Vicente y el alcázar, que era tal vez la zona más antigua de la ciudad y, desde luego, la más densamente poblada. Conserva Toledo también algunos aspectos de su antiguo paisaje urbano, en forma de saledizos, arquillos transversales, «alqorfas», ajimeces o ventanas de reja de madera, y en la misma tortuosidad y estrechez de sus calles, aunque todo ello matizado por el urbanismo moderno que, entre otras cosas, generalizó el pavimentado.

En la ciudad se distinguen diversos barrios, y también la medina, propiamente dicha, y los arrabales. La tendencia general en ciudades islámicas medievales era la agrupación en barrios residenciales según el origen étnico o la condición religiosa de sus pobladores, pero en Toledo esto no había sido así: los mozárabes vivieron siempre en toda la ciudad, y así continuó sucediendo después de la incorporación a Castilla. Los repobladores castellanos hicieron lo mismo. Parece, en cambio, que los primeros grupos de francos se instalarían en el barrio en torno a la calle que lleva su nombre. De todos modos, el barrio mejor caracterizado era la judería, ya desde época musulmana, aunque es posible encontrar moradores judíos en otras partes de Toledo. Puede observarse en el plano adjunto cuál era el emplazamiento de esta judería, la mayor de Castilla y, seguramente, también la mejor estudiada.

En lo que concierne a los arrabales, la gran extensión de Toledo hizo innecesaria su multiplicación. Como ocurrió en Sevilla, hubo sólo uno durante toda la época medieval, cuyo origen, como ya he dicho, se remonta al siglo IX. Hay que descubrir también las huellas del Toledo «oculto» mediante la localización de diversos centros y funciones urbanas, y a través de la historia de sus edificios, o de los emplazamientos que han mantenido durante siglos.

La mezquita mayor, alzada sobre el emplazamiento de la iglesia episcopal hispanovisigoda, era el principal centro, puesto que, en la ciudad islámica, ejerce funciones de centralidad urbana comparables a las del foro romano o a las de la plaza mayor hispanocristiana.

En Toledo, la mezquita mayor fue convertida en iglesia-catedral en 1086, y su edificio continuó utilizándose hasta que, como consecuencia del terremoto de 1221, su deterioro llevó a sustituirlo por la actual catedral gótica. En el entorno de la mezquita mayor, luego catedral, se conservó buena parte de la actividad mercantil de la ciudad, y muchos de los lugares de encuentro y sociabilidad. Allí estaban, por ejemplo, los principales grupos de tiendas fijas, de cuyo nombre (al-janat) deriva el actual topónimo toledano Alcaná.

Eran edificios muy pequeños, con puerta de doble hoja horizontal abierta a la calle, que reunían a veces la condición de punto de venta con la de taller artesano. En ocasiones disponían de una planta superior para almacén o dormitorio, pero no eran casas de vivienda. Su alquiler por el rey, o por la iglesia catedral, era una buena fuente de renta. Al lado de la catedral continuó, también, la alcaicería o mercado público, de propiedad regia, formado por tiendas fijas y cerrado por las noches. E, igualmente, diversos mercadillos o zocos y azoguejos (süq), repartidos por especialidades y oficios.

Por ejemplo, los zocos de drogas, especias y perfumes (los Alatares o Herbolarios) están muy próximos a la catedral, tanto en Toledo como en Sevilla, los de «alfayates» o sastres o ropavejeros, el de los cambiadores de moneda..., la misma proximidad del núcleo mercantil de la calle de Francos demuestra esta permanencia topográfica, en el paso de la época musulmana a la cristiana. En el restante espacio urbano se hallan también ejemplos de continuidad, en la presencia de mercados especializados: carniceros, bruñidores, alfareros del barrio de San Ginés, mercado de las caballerías o Zocodover. También, en el uso continuado de almacenes oalhóndigas, según el modelo arquitectónico islámico, que daría lugar a los «corrales de vecinos» en los siglos cristianos.

Y, por último, en el empleo de baños públicos (hamman), de los que hay noticias sobre una docena, al menos, en el siglo XII. 95 Otro tipo de continuidad y cambio, al mismo tiempo, es el que afectó a los edificios de uso religioso. Algunas mezquitas y oratorios musulmanes continuaron en uso, pero la mayoría se desafectó de su función religiosa, o bien pasaron a ser iglesias cristianas. Por ejemplo, la de Santa Cruz o ermita del Cristo de la Luz, cuya parte musulmana se concluyó en el año 999.

En general, el culto cristiano tuvo suficiente con antiguas mezquitas o con viejas iglesias mozárabes, hasta fines del siglo XII, entre ellas las de El Salvador, San Andrés, San Sebastián, Santas Justa y Rufina, San Ginés, Santa Eulalia y San Torcuato. A pesar de las profundas reformas posteriores, muchas de ellas de los siglos XVI y XVII, es posible encontrar todavía fragmentos de época califal, taifa y aun visigótica en algunos de estos templos.

Miguel Ángel Ladero Quesada 
Universidad Complutense.
 Madrid
https://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/7136/1/HM_03_03.pdf

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