lunes, 22 de febrero de 2016

Arqueología, Moscardó, Boabdil… Es el Museo del Ejército de Toledo

En tan solo cinco años se ha convertido en el segundo monumento más visitado de la ciudad, solo por detrás de la Catedral

Un 19 de julio de 2010 el entonces Príncipe de Asturias, Felipe de Borbón, actual rey Felipe VI, inauguraba la nueva sede del Museo del Ejército, que se trasladaba de Madrid a Toledo. Han sido cinco años de constante evolución que le han valido, junto con sus fondos y la historia que arrastra el emblemático Alcázar, convertirse en el segundo monumento más visitado de la ciudad, solo por detrás de la Catedral. En 2015 entraron en él 313.369 personas, una cifra algo menor que en 2014 –Año Greco- pero que no abandona la senda de crecimiento que inició desde su apertura.


Sus diferentes salas ofrecen un recorrido didáctico por la historia de España a través de la historia de sus ejércitos, una propuesta cultural a la que hay que sumar el propio edificio en el que se aloja, los restos arqueológicos integrados en el mismo y las ofertas culturales que se desarrollan a lo largo del año.

La entrada del Museo del Ejército recuerda que estamos ante un gran enclave patrimonial: el Alcázar. Los trabajos de remodelación y acondicionamiento llevados a cabo en la explanada norte para acoger el museo sacaron a la luz importantes huellas arqueológicas de antiguas ocupaciones humanas, desde la Edad de Bronce hasta el siglo XX. Así, las campañas de excavación realizadas por el medievalista Juan Zozoya entre 1999 y 2005 pusieron en valor una cisterna romana del siglo II, restos de muralla árabe; torreones de la etapa de la dinastía de los Trastámara…

Este imponente yacimiento arqueológico que se abre a los ojos del público da paso a la visita de 7.000 de los 36.000 fondos que guarda el Museo del Ejército. El folleto ya avisa de sus grandes dimensiones: "El recorrido completo tiene una duración media de cuatro horas. Si no dispone de tiempo suficiente, le recomendamos adaptar su visita al tema que más le interese". Por este motivo, el proyecto museístico plantea diferentes itinerarios: cronológicos, temáticos y rutas como "España y su historia militar", "Organización militar", "Los medios materiales", "El arte de la guerra" y "Ejército y sociedad".

Sea de una forma u otra, en este viaje por la historia del Ejército hay una serie de paradas obligadas. Es el caso del conjunto de objetos pertenecientes a Boabdil, el último rey nazarí de Granada, apresado en la batalla de Lucena (1483) y del que se obtuvo como botín una marlota roja, zapatos y una espada jineta con inscripciones del Corán, de la cual solo quedan 10 en el mundo.
Otra de las joyas del museo, fabricada en el siglo XV, es la espada jineta de Ali-Atar, suegro de Boabdil. Estas espadas, fáciles de manejar a caballo por su ligereza, eran propias del ejercito nazarí granadino. Es una de las muchas piezas que han sido reclamadas por otros museos para formar parte de exposiciones temporales. En 2015 viajó a París para ser mostrada en el Louvre.

La Capilla Imperial del Alcázar está presidida por la llamada "tienda de Carlos V", una tienda de campaña indo portuguesa que el noble portugués Martim Afonso de Sousa mandó realizar en la India y que regaló al emperador. Está formada por 20 paños bordados con motivos geométricos, vegetales y con navíos. Acabó en manos de Felipe II, quien la cedió a la Santa Hermandad de Toledo –donde llegó a ser restaurada- y ésta la entregó al Museo del Ejército.

Otra de las piezas claves del museo también está relacionada con la Santa Hermandad de Toledo: su estandarte, de color verde, con haces de flechas doradas y con el escudo de la ciudad en el anverso, y –en el reverso- el escudo adoptado tras la toma de Granada por los Reyes Católicos. Se da la circunstancia de que la de Toledo fue la primera Santa Hermandad que se creó, un institución fundada por iniciativa de Isabel la Católica con fines policiales y militares para perseguir a los criminales. El destino ha hecho que, después de permanecer durante años en Madrid –en la antigua sede del Museo del Ejército- vuelva a su lugar de origen.

Al visitante le impresionan mucho las armaduras de la Colección de la Casa Ducal de Medinacceli, siendo de gran valor la armadura que se exhibe del tercer duque de Feria; así como la belleza del estudio de fortificación de Felipe V, una maqueta realizada con materiales nobles que servía para enseñar al futuro rey la defensa de una ciudad fortificada. Hasta su traslado al Museo de Ejército estuvo en la Biblioteca Nacional de Madrid.

El Alcázar también conserva un auténtico parque automovilístico de época. De hecho, algunos vehículos han sido testigos de trascendentales momentos históricos. En sus pasillos está el "marmon 34" modelo Limousine de 1917 en el que fue asesinado el 8 de marzo de 1921 el presidente del Consejo de Ministros y jefe del partido Conservador, Eduardo Dato. Más antiguo es el coche de caballos –una berlina coupé- en el que el general Prim sufrió el 27 de diciembre de 1870 el atentado que acabó con su vida. En él se pueden ver los disparos de los trabucos. Hay que remontarse aún más en el tiempo para contemplar el primer automóvil que tuvo el Ejército español, donado en 1903 por el conde de Cabrillas, un Peugeot Phaeton, tipo 15.

Una carta de Isabel II al aristócrata Luis Carondelet y Castaños solicitando consejo sobre la posible abdicación en su hijo, el futuro rey Alfonso XII; la dilatada colección de armas blancas y de fuego; un fragmento del Códice de Santa Cruz Tlamapa, uno de los pocos ejemplos documentales en lengua azteca que existen en colecciones españolas; cuadros de destacados artistas, como el militar y pintor Josep Cusachs; las miniaturas; la fotografías históricas; o el Museo Romero Ortiz son otros ejemplos de la riqueza que encierra el museo. Los hay muy curiosos y anecdóticos, como una máquina enigma que usaban los alemanes para cifrar mensajes; la barquilla del primer globo aerostático del Servicio Militar de Aerostación en el que efectuó una ascensión la reina regente María Cristina; armaduras japonesas; uniformes de reyes y dirigentes de la nación; y hasta los bombos que se usaban para sortear los destinos en el antiguo Servicio Militar.

UNOS ALMACENES DE LOS QUE PODRÍAN SALIR OTROS CINCO MUSEOS

Aunque se expone lo más valioso, los almacenes del Museo del Ejército de Toledo guardan tal cantidad de fondos que de aquí se podrían sacar otros cinco museos de las mismas dimensiones. Algunos de estos almacenes son visitables al público.

En este transitar por la historia militar de España, el turista puede bucear en el edificio que corona muchas postales de Toledo. El patio imperial, los aljibes o el despacho del general Moscardó recuerdan que –antes de Museo del Ejército- fue otras muchas cosas. Por este motivo, para 2016 se quiere poner en marcha la ruta llamada "Alcázar Arquitectónico", que se sumará a las aportaciones que hace la sala temática "Historia del Alcázar".

Entre las prioridades y proyectos para este año destaca igualmente la apertura de una nueva sala, "Ejército en el tiempo presente", y la redacción de una guía ampliada del museo. También se quiere trabajar en la mejora de las salas "Monarquia Hispánica" y "Capilla Imperial".

A nivel expositivo, tras la clausura de "Gran Capitán", con gran acogida entre el público, se preparan ya dos grandes muestras, una documental sobre "Cervantes, soldado de la infantería española", coincidiendo con la celebración este año del VI centenario de la muerte del escritor (entre octubre de 2016 y febrero de 2017); y otra que lleva por título "Afganistán, 14 años de presencia del Ejército de Tierra" (entre marzo y julio de 2016). Además, se llevará a cabo un proyecto en torno a la labor de restauración realizada en 2015 de la casaca del capitán Daoiz.

A lo largo de 2016 el museo continuará albergando actividades culturales, actividades escolares, colaborando con otras instituciones, acogiendo alumnos en prácticas y fomentando la investigación.

F:encastillalamancha

sábado, 20 de febrero de 2016

Tras los pasos del Quijote por tierras manchegas


Recorrer las tierras manchegas siguiendo alguna de las etapas de la Ruta del Quijote supone realizar un viaje en el tiempo que combina tradición, arte, naturaleza y gastronomía. Este recorrido, declarado en 2007 Itinerario Cultural Europeo, permite visitar La Mancha y a la vez seguir fácilmente las correrías del «caballero de la triste figura» y su inseparable Sancho Panza, ambos protagonistas del Quijote, una de las obras cumbre de la literatura universal, que fue escrita por Miguel de Cervantes en el siglo XVII.

El mapa de la excursión tiene Consuegra como punto de partida. Esta localidad de origen romano invita a pasear por rincones como el cerro Calderico, donde se ve un puñado de molinos de viento que se han convertido en el icono de estas comarcas. Junto a los molinos se erige el castillo de La Muela (siglo XII), majestuoso centinela erigido durante la Reconquista, entre cuyos muros murió en 1097 don Diego, hijo del Cid Campeador.



Olivares y cultivos acompañan en el corto trecho de nueve kilómetros hasta Madridejos, pueblo que reúne casas palaciegas, conventos y un museo dedicado al aromático azafrán manchego.

El viaje prosigue por la CM-42 hacia el sur, a través de un horizonte huidizo que se extiende hasta Tomelloso. Huella de su pasado es la Posada de los Portales, que en el siglo xvii era un hospedaje para muleros y hoy es un centro cultural. La originalidad de este pueblo son las casi cuatro mil cuevas que se usan, en muchos casos, como bodegas.

La cárcel de Cervantes

A un paso de Tomelloso se alcanza Argamasilla de Alba, para muchos el «lugar de cuyo nombre no quiero acordarme...», que exhibe varios escenarios cervantinos. Destaca la cueva de Medrano, en la que el escritor estuvo preso y donde se dice que empezó su libro. Vale la pena acercarse al castillo de Peñarroya, a doce kilómetros. Del siglo XIII y con una ermita que es destino de romerías, Peñarroya es un excelente mirador de las lagunas de Ruidera.

Retomando la CM-42 hacia Campo de Criptana, se puede hacer parada y fonda en Alcázar de San Juan y disfrutar de guisos que aparecen en la novela, como las migas de pastor y los «duelos y quebrantos» (huevos, chorizo y tocino).

Alcázar de San Juan empezó a crecer en tiempos de Roma al estar situado cerca de la calzada que unía Mérida y Zaragoza, por lo que recorrer sus calles equivale a repasar un libro de historia. En su visita destacan el torreón del Gran Prior, vestigio de la alcazaba del siglo XIII y hoy sede del Museo de los Caballeros Hospitalarios; las iglesias de Santa María (XII) y de Santa Quiteria, ésta trazada sobre planos de Juan de Herrera; sin obviar el museo de mosaicos romanos del siglo VI y el de alfarería manchega.

Luego llega Campo de Criptana, villa evocadora por esos molinos centenarios que necesitaron toda la fuerza del viento para vencer a don Quijote. El más célebre es el llamado Burleta, aunque el Culebro recibe muchas visitas pues acoge un nostálgico museo dedicado a la actriz Sara Montiel, hija ilustre del lugar.

jueves, 18 de febrero de 2016

Las estrellas brillan sobre Toledo. Ciencia y filosofia en Al Andalus

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No me canso de contemplar esta ciudad, que se eleva con gallardía sobre ásperas peñas ceñidas por el abrazo del Tajo. Me gusta sentarme entre las jaras de la orilla, junto al puente de San Martín, sentir el temblor de la brisa entre las ramas, recorrer con la mirada las murallas de Toledo, tras las que se vislumbran las bellas formas góticas de San Juan de los Reyes, circundadas por jardines, torres almenadas y campanarios mudéjares.

No me canso de contemplar esta ciudad, que se eleva con gallardía sobre ásperas peñas ceñidas por el abrazo del Tajo. 



Me gusta sentarme entre las jaras de la orilla, junto al puente de San Martín, sentir el temblor de la brisa entre las ramas, recorrer con la mirada las murallas de Toledo, tras las que se vislumbran las bellas formas góticas de San Juan de los Reyes, circundadas por jardines, torres almenadas y campanarios mudéjares. Las aguas impetuosas del Tajo, en su viaje hacia poniente, rodean la ciudad por este lado formando un profundo foso, que fue decisiva defensa natural para sus antiguos moradores. 

Entorno los ojos; el rumor sordo del río sobre el lecho rocoso y el sonido lejano de alguna campana, que araña el cristal puro del aire en esta tarde fría de otoño, se mezclan con el bullicio de los pájaros en la arboleda de las orillas. Parece como si todos nuestros afanes e inquietudes quedaran en suspenso, mientras la niebla de la llanura asciende por las murallas alcanzando las almenas; una atmósfera incierta, en la que los contornos se diluyen, lo va envolviendo todo.

Hay veces en que, al morir la tarde, los últimos rayos del sol flamean sobre las torres más altas y envuelven en resplandores dorados el caserío terroso de la ciudad, como si, por obra de algún antiguo hechizo, el polvo de los siglos se transmutara en oro. Entonces, los ojos de la imaginación nos pueden mostrar cosas que casi siempre permanecen ocultas: tal vez palacios resplandecientes de los visigodos elevándose sobre la bruma, o quizá alcázares árabes rodeados por jardines y altos minaretes, como los que hace siglos se encumbraban sobre estas rocas, cuando Toledo era una de las perlas más admiradas de la España musulmana. A medida que nos confiamos a la fantasía, las barreras del tiempo se van desvaneciendo, al igual que los arcos del puente de San Martín, apenas visibles ya entre las veladuras de la niebla. Sólo hay que atreverse a dar el primer paso, y tal vez.

He atravesado el puente, y al alcanzar la otra orilla e iniciar la subida por las cuestas pobladas de maleza que conducen a las murallas, empiezan a insinuarse las siluetas borrosas de una multitud que se apresura a regresar a la ciudad al finalizar el día, llevando animales, pequeños carromatos tirados por asnos y enseres de labor. Distingo a mujeres, niños, hombres de todas las edades, cubiertos con burdas túnicas de campesino y mostrando la piel curtida por los rigores del trabajo a la intemperie en los viñedos próximos. Al verme, algunas mujeres se ocultan el rostro tras sus velos y me observan con curiosidad. 

Corre el último cuarto del siglo XI; reina en Toledo al-Mamun, soberano musulmán que ha reunido en su corte un verdadero ejército de hombres de ciencia. Cruzo la muralla y paso bajo un arco con grandes sillares de piedra oscurecidos por el humo de las hogueras, sobre el que ondean estandartes de vivos colores. Apenas puedo moverme entre el gentío, los pies se me hunden en el piso embarrado, donde la paja se mezcla con los excrementos de los animales, y por poco no me doy de bruces con varios hombres armados que no reparan en mí, atentos nada más que a las órdenes de un oficial responsable de controlar el acceso a la ciudad; es un individuo alto, de gesto altivo, cubierto por una cota de cuero reforzada con pequeños discos metálicos, que porta al cinto una espada curva con empuñadura de marfil.

La calle serpentea entre edificios de ladrillo, torrecillas abovedadas, paredes blancas con ventanucos cubiertos por celosías, de los que sale olor a frituras. Más adelante, desemboca en una plaza con numerosos tenderetes, algunos cerrados ya a esta hora de la tarde, donde los comerciantes se afanan en recoger todo tipo de mercancías; se amontonan allí cántaros de vino, tinajas de aceite, carnes en salazón, frascos con hierbas medicinales al lado de cestos con frutas. Paso junto a talleres de curtidores, sastres, zapateros y herreros. Continúo ascendiendo por un laberinto de callejas en dirección a la parte más alta de la ciudad. Al pasar frente a un zaguán, entreveo un pequeño patio cubierto de enredadera, y en su centro, un pozo de brocal labrado en el que se apoya una muchacha de larguísima melena negra.

Un poco más arriba, varios hombres con turbantes blancos conversan junto a la puerta de una casa. De un callejón cercano, sale corriendo un grupo de niños con grandes racimos de uvas, perseguidos por una anciana enfurecida que dobla la esquina amenazándolos con una vara.



Ha anochecido hace rato y no queda ni rastro de la niebla. Reparo con sorpresa en la tibieza del aire, impregnado con las fragancias de un jardín , al borde mismo de las murallas, donde se oye el murmullo de un surtidor sobre el rumor lejano del Tajo en el fondo del barranco. En la parte más alta de la ciudad, se recorta contra la negrura de la noche el alcázar del rey al-Mamun iluminado por la luz oscilante de las antorchas, y próximo a él, la llamada Casa de la Sabiduría, un centro que alberga a una multitud de estudiosos al servicio del monarca. 

En alguno de los torreones del palacio está el famoso observatorio, desde el que los astrónomos escudriñan el cielo estrellado en las noches serenas. Tal vez, en este momento, se encuentre allí mismo al-Zarqalí, sabio eminente bajo cuya dirección se completaron hace años unas tablas en las que se recogen las posiciones y movimientos de los astros; dicen que su visión del sistema planetario supera en audacia a todas las que se han concebido hasta ahora, y ha sido el primer astrónomo de la historia capaz de imaginar el giro de los planetas menores en torno al sol.

Varios siglos atrás, los astrónomos árabes ya habían iniciado, a partir de los tratados babilónicos, cálculos muy complejos de los movimientos celestes, permitiendo el desarrollo de una astronomía matemática que culminó en la primera y más importante crítica al sistema geocéntrico de Tolomeo.

Siglos después, esta aportación de la ciencia islámica jugará un papel decisivo en la revolución copernicana. Pero la corte de al-Mamun no sólo debe su fama a los astrónomos; en Toledo viven también otros sabios entregados a estudios de alquimia o a la preparación de remedios eficaces para aliviar múltiples dolencias. Tal es le caso de Ben Uafid, un insigne naturalista que dirigió la plantación de un jardín botánico junto al Tajo y ha escrito un tratado sobre plantas y medicamentos conocido en todo al-Andalus.

Levanto la vista hacia el cielo nocturno, resplandeciente sobre los tejados de Toledo con el fulgor lejano de las estrellas. Al elevarse sobre el Palacio Real, el rostro impúdico de la luna sumerge calles y plazas en una luz fría de plata derretida. Me pregunto si bastaría con la fuerza de los sueños para viajar en sus rayos más allá de los confines del firmamento, rumbo a la inmensidad misteriosa en la que brillan Aldebarán, Rigel, Alhabor, Alhurab...

Puedo sentir, en este momento, la fascinación que ejerce la noche sobre los pueblos originarios del desierto. Los nómadas ven surgir ante sí la bóveda estrellada cuando el sol abrasador se oculta cada tarde tras el horizonte, y en medio del silencio que envuelve las dunas, el espíritu se dilata sin esfuerzo en la contemplación del infinito.

Los astros no sólo se mencionan con frecuencia en el Corán, sino que permiten a los creyentes orientarse hacia la Meca en sus rezos diarios.

Para la mentalidad del mundo árabe, el objetivo último de la ciencia no puede ser otro que la salvación del hombre, la de su alma pero también la de su cuerpo; tal vez por eso, grandes filósofos como el persa Avicena, han sido profundos conocedores de las cuestiones teológicas, al tiempo que excelentes médicos.

En Toledo, como en otros centros del saber de al Andalus, ciencia y filosofía han alcanzado tal pujanza en estos últimos años del siglo XI, que la España musulmana se convierte en un verdadero faro para Occidente.

Tras un largo período de postración intelectual, la Europa cristiana empieza a recuperar su pulso al entrar en contacto con la realidad cultural y científica del Islam. Los vastos conocimientos en teología, filosofía, medicina, astronomía o ingeniería que atesoran los musulmanes andalusíes, se difunden entre los estudiosos latinos, ávidos de descubrir nuevos campos del saber. Los manuscritos de los grandes pensadores clásicos, como Aristóteles y Tolomeo, que los árabes habían traducido del griego e incorporado a su acervo cultural en épocas pasadas, se vierten ahora del árabe al latín; se propicia así el redescubrimiento de los autores griegos en el mundo cristiano, iniciándose una recuperación cultural y científica que culminará en el Renacimiento. 

El aire se ha llenado con sones de flautas y laúdes que, desde algún lugar cercano, se ondulan con languidez en la quietud de la noche. Camino, atraído por la música, hasta llegar a una plaza donde aparece una villa de aire señorial rodeada por jardines. 

Tras altas tapias cubiertas por enredaderas en flor se eleva, entre el perfil oscuro de los cipreses, una esbelta torre coronada por bovedillas blancas, y al lado hay un portalón entreabierto a un patio rodeado por columnas en las que arden lámparas con aceites aromáticos.

Veo allí a numerosos personajes de aspecto ilustre que pasean entre los surtidores del patio rodeados de macetas con flores, mientras los músicos arrancan las más dulces notas a sus instrumentos y los criados se afanan llevando de un lado a otro grandes bandejas colmadas de manjares. Es una más de las frecuentes veladas que animan la vida nocturna de Toledo con el encuentro de renombrados poetas y filósofos. La ciudad se recrea en su propio esplendor y tal vez sus moradores hayan llegado a creer que ninguna amenaza puede poner fin a este período venturoso.

Mientras tanto, la situación política que se vive en la península es cada vez más favorable a la expansión de los reinos del norte, y en el año 1085 estas mismas calles se estremecerán con la entrada victoriosa de Alfonso VI. Pero lejos de terminar con la supremacía de la ciudad como promotora del desarrollo científico y filosófico, la llegada del monarca cristiano, que aspira a convertirse en un protector de de la distintas culturas que conviven en Toledo, va a encumbrarla todavía más. Así, durante los dos siglos siguientes, terminará por convertirse en uno de los centros del pensamiento más destacados en el mundo occidental.

Atraídos por la Escuela de Traductores, que funda el obispo Raimundo en el año 1130, llegarán aquí sabios procedentes de todos los rincones de Europa, como Gerardo de Cremona, traductor de un número ingente de tratados sobre matemáticas, medicina y astronomía, entre los que destaca el Almagesto de Tolomeo, una obra capital de la astronomía alejandrina codiciada durante largo tiempo por los eruditos cristianos. Ya en el siglo XIII, los colaboradores de Alfonso X confeccionarán, a partir de los textos de al-Zarqalí, las Tablas Alfonsíes, que van a ser las más utilizadas hasta el Renacimiento. En ese mismo siglo, las traducciones de las obras de Averroes realizadas en Toledo, permitirán que el pensamiento del eminente filósofo y médico cordobés, quien propone por vez primera la supremacía de la razón sobre la fe, se difunda por las universidades europeas, coincidiendo con el despertar de la escolástica.



El canto de un gallo en la lejanía saluda las primeras luces del alba.

Pronto va a empezar a clarear sobre la vega del Tajo y la voz poderosa de los muecines no tardará en dejarse oír por todas partes, llamando a la oración. La ciudad irá recuperando poco a poco el trajín cotidiano, mientras los comerciantes se preparan para exponer sus mercancías en los puestos del zoco. Las calles se van a llenar una vez más de artesanos, mujeres con cántaros de agua, menestrales que acuden a desempeñar sus funciones, aventureros, sanadores y mendigos. La guardia de la ciudad volverá a hacer subir las pesadas rejas que cierran el paso en las puertas de las murallas y se iniciará el trasiego de gentes en todas direcciones; labriegos que acuden a cuidar los campos, patrullas de soldados, viajeros en ruta hacia tierras lejanas.

Los contornos del puente se insinúan de nuevo entre la bruma que asciende del río.

Es tiempo de volver a cruzarlo…

Por Carlos Montuenga, doctor en Ciencias.

viernes, 12 de febrero de 2016

Asturias: Último refúgio de los Visigodos

La Cordillera Cantábrica fue poco colonizada por los diversos pueblos que, en la antigüedad, la habían, teóricamente, conquistado. Romanos, visigodos y árabes pasaron por ella, en diversos momentos entre el siglo I a.C. y el siglo VIII d.C., pero, por diversos motivos, no se molestaron en ejercer una dominación efectiva del territorio.

Cantabria y Asturias, territorio indómito

Demasiado montañosas, demasiado lejanas, poco prometedoras, bárbaras, pudieron ser muchos de los epítetos con que calificaran a esas tierras húmedas, de riscos escarpados y valles angostos, que, además, estaban poco pobladas y no parecían representar un espacio de interés económico o político.

Los romanos se limitaron a extender unas pocas calzadas, de carácter bastante secundario, entre León, Galicia, Asturias y Cantabria, y sólo construyeron algunas ciudades en las dos primeras; así, la romanización propiamente dicha fue sumamente superficial. Y los visigodos, con su poder asentado principalmente en Toledo, y desunidos por luchas intestinas y problemas sucesorios, tampoco prestaron demasiada atención a aquel lugar poco civilizado.



Lo mismo puede decirse de los árabes, que, si bien al principio de la expansión islámica pretendieron ejercer un verdadero control sobre el Norte peninsular, pronto se sentirían incómodos en aquellas tierras lluviosas, frías y que en nada se parecían a los románticos desiertos de donde procedían, ni a los vergeles andaluces. Así, también ellos acabaron olvidándose de la Cordillera Cantábrica, limitándose, como mucho, a contentarse con cobrar ciertos tributos a las poblaciones autóctonas, y a mantener pequeñas guarniciones sin importancia, meramente símbolos de su hipotético dominio. Un reducido grupo de colonos bereberes se asentaron en torno al año 714 en Galicia, pero al parecer, abandonaron el lugar más pronto que tarde, pues más allá del 750 no hay constancia de su presencia.

Esa escasa aculturación del territorio montañoso cantábrico explica por qué, aun hoy en día, siguen perviviendo allí tantas tradiciones de época prerromana o célticas, y por qué, al mismo tiempo, desde el 711, año de la conquista islámica de la Península y del ocaso del reino visigodo, se convirtió en un destino privilegiado para la llegada masiva de visigodos desde el Sur y el Este, que, reacios a la islamización, buscaban refugio y seguridad.

Aquellas tierras no estaban vacías. Poco pobladas sí, ciertamente, pero vacías no. Allá sobrevivían, en pequeñas comunidades aldeanas independientes, pequeños grupos humanos (astures, cántabros) muy apegados a su antiquísima cultura, organizados en familias o clanes tribales, en donde todavía jugaba un rol social muy importante la mujer -lo que extrañaría profundamente a los patriarcales romanos, visigodos y árabes-, a través de sistemas de sucesión matrilineales (aunque indirectos, de suegro a yerno).

Esta sociedad tan peculiar para la época, con hondas raíces celtas y considerada primitiva, demuestra cuán poco profunda fue la romanización, cristianización y arabización del solar cantábrico en general. También, su aislamiento geográfico y sus condiciones ambientales explican por qué era la única posible vía de escape -junto con los Pirineos- para la mayoría de los visigodos contrarios a un dominio religioso no cristiano (Islam).

La victoria de Pelayo

Los visigodos llegados a Asturias -de donde, según la tradición cristiana (escrita tardíamente, en el 911), empezó la Reconquista en el 718, a partir de Covadonga, en Cangas de Onís, con la hazaña del famoso héroe Don Pelayo- se encontraron con una sociedad relativamente "bárbara", para los cánones de civilización de entonces. Bárbara, arcaica, pero que al menos contaba con ciertos puntos en común, muy importantes: una misma religión -mezclada confusamente con las citadas tradiciones célticas supervivientes, pero al fin y al cabo, cristiana-; cierta adhesión a la cultura visigótica; rechazo al Islam, alto sentido de la autonomía,...

Todo eso unido convertiría a la Cordillera Cantábrica en un caldo de cultivo ideal para el surgimiento de un nuevo estado independiente, que asegurara la continuación de algún modo del derrocado reino visigodo -aunque metamorfoseado, dadas las circunstancias, en otra cosa- y del Cristianismo en la Península Ibérica. Así, nació el Reino Astur.

La fecha teórica de fundación fue el citado año 718, cuando, según las fuentes cristianas del siglo X, el conde visigodo Pelayo, junto con sus huestes, logró en la agreste y montañosa Covadonga, con "la ayuda de Dios", la sonora hazaña de expulsar a un gigantesco ejército musulmán, evitando así la conquista total del territorio. Ensalzada con aires de leyenda, la tradición hizo coincidir aquel año con el arranque de la Reconquista.

La realidad era, al parecer, menos grandiosa de lo que quisieron pintar los autores cristianos, sin juzgar por ahora el grado de heroicidad que pudieron tener los contendientes: el supuesto "gran ejército" musulmán era en realidad un pequeño grupo de recaudadores de impuestos del emirato Omeya, seguramente acompañados de unos pocos soldados como guardia personal, pero en ningún modo una tropa bien organizada; y las fuerzas de Pelayo, aún más reducidas en número probablemente, eran apenas unos cuantos pastores astures y cántabros, aguerridos pero mal armados, y quizás algunos visigodos leales, refugiados como él.



Fundación del Reino Astur (718)

Siendo justos, hay que reconocer un verdadero triunfo cristiano en aquella escaramuza, pues los moros fueron rechazados efectivamente por aquellas fechas, y obligados a abandonar Cangas de Onís en manos de aquellos tozudos cristianos. Pero no podemos hablar de ninguna gran batalla, ni nada por el estilo. Como se ve, la propaganda política "interesada" ya existía en la Edad Media.

Sea como sea, nace así el Reino Astur, último baluarte de la resistencia cristiana frente a Al-Ándalus, y centro desde donde, a lo largo de varios siglos, los cristianos empezarán a expandirse, lentamente, hacia el Sur, conquistando o reconquistando, tímidamente, el Valle del Duero, buscando asegurar una frontera definida y real -no obstante, en constante vaivén hasta el siglo XI, por el acoso musulmán-.

Casi dos siglos después, durante el reinado de García I (910-914) y de Ordoño II (914-924), se produjo el traspaso de la capitalidad, desde Oviedo, segunda capital de Asturias después de Cangas de Onís, a León, lo que significó la fundación (914) de una nuevo estado, el llamado Reino Astur-Leonés.

viernes, 5 de febrero de 2016

La fiesta pagana de San Juan en la Hispania bajo dominio musulmán

¿Sabíais que en la España musulmana se celebraba San Juan en una fiesta llamada la ANSARA? Una jarcha describe este día:

1 Albo dia, este día, 2 día del ansara haqqa!
3 Vestiré mew 'l-mudabbaj 4 wa nashuqqu 'l-rumha shaqqá

1 !Albo día este día, 2 día de San Juan, en verdad!
3 Vestiré mi [jubón] brochado 4 y quebraremos la lanza

En la Córdoba califal de Abderramán III (siglo X), que marca el apogeo de Al-Ándalus, gozaba de esplendor la pascua de Ansara o fiesta del solsticio de verano, el 24 de junio, que conmemoraba tanto la natividad de Juan el Bautista como la hazaña de Josué al detener el curso del sol para conseguir el exterminio del ejército de los Amorreos.



En tal día, se estrenaban vestidos y destacaban las carreras de caballos, ejercicios de destreza, disfraces carnavalescos, certámenes poéticos y hogueras, preferentemente encendidas junto a higueras. Otras costumbres típicas, como regar las casas y sacar los vestidos al rocío, eran criticadas como propias de «incrédulos». 

El influjo de costumbres de los cristianos sobre los musulmanes es denunciada en un documento enviado al poeta y rey de Toledo y Córdoba Al-Ma'mun (siglo XI), respecto de una de sus mayores fortalezas, la de Magerit, posterior ciudad de Madrid: «En las noches de San Juan y de san Pedro se tenía que reforzar la vigilancia en las murallas de la plaza, porque los infieles y enemigos de Alá se juntaban a pretexto de sus devociones a los benditos siervos del Señor, y recorrían los campos con lascivos bailes y gritos de alegría, así los hombres como las mujeres, que, sin velos que tapasen sus rostros, corrían desordenadamente ofendiendo a Alá con sus gritos», y a pesar de las advertencias en sentido contrario, los musulmanes acudían «a estas escandalosas fiestas a pretexto de encender luminarias, en las que oían azalás (preces) subversivas y blasfemias contra el profeta querido de Dios», por lo que se solicitaba del poderoso monarca «que tales noches prohíba ir a los cristianos a la ermita de la Virgen de las Tochas, que contra la ley del Corán se les permite adorar como gentiles idólatras de los ídolos, y que mande se cierren las casas de los ídolos cristianos, que cercando la población eran cuarteles donde, además de juntarse para maldecir a Alá y al Profeta, tramaban conspiraciones para apoderarse de las fortalezas»

Como vemos, la festividad de origen pagano de San Juan, no solo se seguía celebrando en la Castilla del norte, la original, la vieja, aun en tiempos cristianos. Sino que en el reino de Toledo, que mas tarde seria conocido como Castilla la Nueva, las gentes continuaban celebrando al menos esta festividad pagana aun en tiempo de los musulmanes. En parte, porque el grueso de la población no era árabe, sino Hispana sometida al islam. 

http://nueva-bardulia.blogspot.com.es/search/label/Paganismo

Por la Geografía popular toledana

DE LA MANO DE DON JOSÉ RAMÓN Y FERNÁNDEZ OXEA

Inspector de Enseñanza Primaria, Académico correspondiente de la Real Academia de la Historia, de la Asociación Española de Etnología y Folklore...



ALCABÓN 
De Robledo del Mazo
ha venido un alcotán
a comerse las palomas
de la iglesia parroquial.

Esto se lo cantaban aquí a un cura que había venido de Robledo del Mazo

ALCAUDETE DE LA JARA
Si vas a Alcaudete
mira y repara
que en lo alto de la torre
hay una cornicabra
La torre de Alcaudete 
se está cayendo
y cuatro monaguillos
la están sonteniendo.

ALCOLEA DEL TAJO
En Alcolea no hay torre,
ni campanas, ni reloj,
ni moza que tenga novio,
ni calle en que quepan dos.

Este cantar resulta anticuado, pues en la iglesia ya hay torre y campanas. Lo de las calles no es justo.

ALDEANUEVA DE BARBARROYA
Al entrar en Aldeanueva
hay un pozo muy profundo
donde se lavan los feos,
porque guapo no hay ninguno.

ALMONACID DE TOLEDO
En Almonacid, madre,
las hay hermosas,
las seras de esparto, 
que no las mozas.

ALMOROX
En Almorox, los higos,
y en Escalona,
las huertas con frutales
y el río Alberche que riega todas.

Los de Almorox tienen fama de arrieros que trafican con sus frutas, según la relación que sigue:
De Almorox, arrierillos,
albaricoqueros y brevas.
En Paredes, torre alta
donde habita la cigüeña.
En la Aldea, sin campanas,
tocan con una cencerra.
Nombela, la fanfarrona de la Sierra.
Como son tan fanfarrones,
por todo el mundo resuenan.

Paredes es Paredes de Escalona, y Aldea, Aldeancabo de Escalona

http://salvapecesds.blogspot.com.es/2009_10_01_archive.html

jueves, 4 de febrero de 2016

Historia de La Mata, Toledo

El término "Mata" se deriva del latín tardío MATTA, que a su vez procede del fenicio con el significado inicial de 'estera de juncos', 'manta', que pasaría a significar 'formación arbórea'.1 

Es posible que la denominación de "La Mata" se deba más que a la vegetación al enclave donde se encuentra la villa, junto a una colina.

A este respecto Álvarez Maurín señala que el término podría equivaler a 'vegetación que se encuentra en el declive de una elevación'.

Entre los mateños es tradición que el nombre de La Mata se debe a que en tiempos de su fundación hubo en la población una gran mata y espesura de zarzas.



Los primeros datos escritos de La Mata aparecen en el año 1205, aunque se hace donación del municipio al maestre Martín de la Orden de Calatrava; en el momento La Mata pasa a depender jurisdiccionalmente de Santa Olalla.

Resultado de imagen de Historia de La Mata, ToledoEn un documento de 1205 aparece nombrada La Mata con motivo de una donación de tierras que se realiza al maestre Martín MartÍnez de la Orden de Calatrava: «... omnem hereditatem, quam habemus in Mata... ».4 

Se fundó aproximadamente en el siglo XV, tomando como origen una venta del mismo nombre, perteneciendo por entonces de Santa Olalla. Siendo aldea dependió del estado condal de Orgaz.

En 1526 Carlos I visitó el pueblo[cita requerida]. En 1650 tenía ya 50 vecinos y dos años más tarde se le otorga el título de Villa independizándose de Santa Olalla, aunque siguió integrada en el señorío de Orgaz.

 Avanzamos en el tiempo, un año puntero es 1536 cuando nace el padre Juan de Mariana, importante humanista autor de Historia General de España; de él siempre se ha creído que nació en Talavera de la Reina, pero hay otras teorías que apuntan que pudo haber nacido en La Mata. 

De este siglo XVI, gracias a las relaciones históricas geográficas de Felipe II (1576), conocemos más apuntes sobre la localidad: está en el camino real de Toledo a Talavera; su origen se encuentra en una espesa mata de zarzas, su jurisdicción sigue siendo la de Santa Olalla, aunque pertenece al señorío de Montalbán. 

A partir de estas referencias, es fácil corroborar que el pueblo de La Mata se formó también gracias a la anexión de San Pedro. Esto se refleja en su escudo actual: aparece una mata de sinople sobre las llaves de San Pedro. Otro año significativo para la historia de La Mata será 1651 en que se convierte en villa reinando Felipe IV; con este título deja de depender en lo jurídico de Santa Olalla, pero seguirá siendo parte del señorío de Orgaz hasta el siglo XIX. 

Personaje ilustre mateño es también Juan Martín, maestro de arquitectura de parte del siglo XVI y parte del siglo XVII, quien, además, es relevante por ser el padre del gran tratadista de la arquitectura Fray Lorenzo de San Nicolás, Juan Martín al enviudar ingresa en la orden agustina de Madrid, con el nombre de Fray Juan de Nuestra Señora de la O, aquí realiza varios proyectos junto a su hijo.

A mediados del siglo XIX tenía 230 casas y el presupuesto municipal ascendía a 11.000 reales de los cuales 2.800 eran para pagar al secretario.3




http://www.diputoledo.es/global/areas/turismo/muni_datos.php?id_area=11&id_seg=&id_cat=%20&f=%20&codine=45095&id_ent=149
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