Al Sur de la ciudad de Toledo, cerca de la orilla izquierda del río
Tajo y dominando por su mayor elevación a la ermita de la Virgen del
Valle, se yergue un conglomerado de piedras graníticas que por sus
formas caprichosas se ha hecho más famoso que otros muchos que hay
en sus cercanías.
Se trata de la llamada "Peña del Rey Moro", conocida
así porque vista desde su cara oeste presenta un perfil, de gran parecido
por cierto, de una cabeza humana tocada con un turbante, en actitud
que semeja no querer perder de vista a la Imperial ciudad.
Dice la leyenda que su presencia en este sitio no obedece, como
podría creerse, a un capricho de la Naturaleza, sino a la voluntad de un
hombre. Hombre muy concreto, pues incluso se aflade cómo se llamaba
tal personaje: el rey o caudillo de la secta almorávide, Yusuf ben
Tasufín.
Según el relato tradicional, este rey sintió un gran dolor cuando Toledo cayó en las manos cristianas, ganado al rey de la taifa local por
el conquistador Alfonso VI. Y aprovechándose del poderío creciimte de
su imperio, que se desarrollaba pujante en el norte de Africa, decidió
cruzar el Estrecho con su ejército y reconquistar a Toledo para los
musulmanes, sus dueños durante trescientos años.
Pero a pesar de su esfuerzo impresionante, los resultados fueron
negativos, tanto por la situación estratégica y la fortaleza defensiva del
peñón como por el esforzado ardor que demostraban sus habitantes.
y así, cuando su ejército, ya desmoralizado por la derrota y el
fracaso de sus asaltos, estaba ya planeando la retirada, el rey se sintió
enfermo.
Pero deseoso de no abandonar a Toledo hasta conquistarla,
pidió que se le excavara una tumba a la vista de la ciudad. Así se hizo en
lo más alto del macizo rocoso; y junto a su sepulcro se eirigó una tosca
estatua de su cabeza, para eterno recuerdo de cómo los reyes
almorávides saben cumplir sus promesas.
Ciertamente, las apoyaturas físicas de la leyenda existen y están a la
vista de todos. El bloque pétreo donde se excavó su sepultura -que aun
hoy muestra una extraña talla en su cara superior, a modo de nicho de
regular tamaño- y la representación de una cabeza con turbante están
casi juntas, aunque en la realidad tengan poca relación.
El sepulcro
antropomorfo cavado en la roca es, probablemente, uno más de los que
se encuentran repetidos por toda la provincia y cercanos a él hay otros,
muy conocidos aunque algunos hayan sido cubiertos hace años, en ,,1
castillo de San Servando, de los que dos están bien visibles en el exterior
de sus muros, próximos a la puerta principal ya la torre de! homenaje.
Según el conde de Cedillo, que estudió las muy numerosas tumbas de
este tipo existentes en Las Ventas con Peña Aguilera yen Malamoneda
(1), su fecha más probable es altomedieval, seguramente entre los siglos
XII y XIII; estimando que su existencia debe vincularse siempre a
enterramientos religiosos cristianos, pero nunca de origen musulmán.
En cuanto a la peña con aspecto de cabeza humana, cualquier geólogo puede dictaminar que se trata de un conglomerado de piedras
de gneis de forma caprichosa, redondeadas por la erosión milenaria,
como las que abundan en Cuenca; o, sin ir tan lejos, en las cercanías de
la famosa Peña.
Basta un poco de buena voluntad y algo de imaginación
para reconocer entre sus tortuosas conformaciones a cualquier figura o
cualquier tema más o menos parecido al peñasco, a veces con una
similitud realmente asombrosa.
Sin embargo, la leyenda tiene sus motivos, y motivos ciertamente
cercanos e históricos al hecho que relata y fantasea.
Y estos motivos
incluyen, tanto a la historia real de acontecimientos allí sucedidos,
como a la historia de las ideas que allí debieron nacer.
Cuando el 25 de mayo de 1085, el rey Alfonso VI tomó Toledo, la
noticia se extendió rápidamente por los tres continentes donde se
extendía el imperio musulmán, llenando de pesadumbre y vergüenza a
sus hombres y afectando a sus principales dirigentes. Pues Toledo,
aunque fueran pocos los años que fue independiente bajo el mando de
los Beni D·il Nun, había alcanzado gracias a éstos una gran fama como
sede de la cultura, las artes y las ciencias, bien conocida de todo el
mundo de habla árabe.
Sus poetas, sus literatos, sus científicos eran
famosos y varios lo son todavía; recordemos solamente a Ibn Wafid, el
sabio botánico y médico, o a Al-Zarquiel, astrónomo de fama mundial
en su época, que hizo que las tablas astronómicas redactadas por él se
extendieran por Europa, basadas por cierto en el meridiaño de Toledo;
y cuyas clepsidras o relojes de agua han elevado más aún su fama de
ingenioso hombre de ciencia.
Por tanto, el imperio almorávide que se había formado en el Atlas
africano y que se encontraba a comienzos del XII en plena expansión,
recogió la llamada que le hicieron los demás reyes de taifas de AlAndalus
para acudir en su SOCOITU, con numerosas y fanatizadas tropas
decididas a restablecer el antiguo poderío musulmán en España y, como
hecho que le daría fama imperecedera, reconquistar la antigua capital
visigoda, famosa por su fortaleza y su histoIÍa.
Varias fueron las batallas y los asedios que padeció Toledo, de las que .los Anales Toledanos Primeros (2) recogen cuatro, y otro más
figura en la Crónica de Alfonso VII (3). Es de suponer que éstos serían
los más destacados, pero sin duda muchas incursiones menores serían
frenadas desde las fortalezas existentes al sur de la ciudad, quedando en
razzias de efectos más localizados y que no llegaron a divisar los muros
de la antigua Tulaitola.
Especialmente en el año 1139, en que tras de
porfiada lucha se tomó por Alfonso VII el fuerte castillo de Oreja,
mientras los musulmanes que acudieron en su socorro hubieron de
desandar su camino que pasó junto a Toledo, pudo muy bien ser el
origen y la base histórica del relato que enalLece la figura de un rey
almorávide.
Este es pues el sentido último de esta leyenda: reflejar poéticamente
y de forma accesible a todos, el decidido empeño musulmán para
rec uperar una de sus joyas mejores.
Empeño siempre frustrado por la
fortaleza de Toledo y la energía decidida de sus defensores, en aquella
ocasión dirigidos precisamente por una mujer, la reina que, sustituyendo
a su marido ausente, supo infundir sin duda mayor energía y valor
en sus soldados
http://realacademiatoledo.es/wp-content/uploads/2014/02/files_anales_0019_05.pdf
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