miércoles, 1 de abril de 2015

Toledo: En cabeza de la Rebelión de los Comuneros

La primera vez que Carlos vio España fue en septiembre de 1517, y fueron las costas a las que arribaba por error. Como consecuencia de todo ello, la primera visión de España fue la rebelión inmediata de los campesinos, los cuales, viendo barcos extraños e inesperados, se dieron por invadidos y se aprestaron a una defensa innecesaria. 

Llegó, como decíamos, apenas adolescente y rodeado de una serie de asesores flamencos que eran profundos creyentes en la monarquía patrimonial. Castilla le pertenecía al rey y, por lo tanto, éste no tenía por qué dar explicaciones ni sonreír a nadie. Entre otras cosas, Carlos comenzó a dar vueltas por España con la intención, cumplida , de evitar la villa de Roa, donde le esperaba el regente Cisneros. De hecho, el rey le mandó al cardenal el finiquito sin siquiera haber cruzado dos palabras con él. Algo de lo que Cisneros no se enteró, pues antes de que llegase la carta con su cese, falleció.

Comenzó, casi inmediatamente, el acaparamiento de cargos por parte de los flamencos. Chievres, brazo derecho del rey, fue nombrado Contador Mayor de Castilla; Guillermo de Rocroy, un mozalbete que a los veinte años ya era cardenal, recibió la diócesis de Toledo. Y, en el colmo de los colmos, otro flamenco, Jean de Sauvage, fue nombrado presidente de las Cortes de Valladolid, que debían avalar el reinado de Carlos. La que montaron las 18 ciudades castellanas representadas en las Cortes fue mundial, ante lo que Carlos hizo lo que hacen acostumbradamente las personas de su grey: prometer arreglarlo, y no arreglarlo.

El principal problema entre el rey y las ciudades, sin embargo, era la economía. Como aún no se había inventado el FMI, de algún sitio tenía que sacar Carlos la pasta para poder transitar por las rutas imperiales que siglos después cantaría la Falange (el reinado de Carlos I desde el punto de vista presupuestario ha sido inmejorablemente analizado por Ramón Carande en su clásico Carlos V y sus banqueros). En Valladolid pidió un servicio de nada menos que 600.000 ducados.



Pasado malamente el trago pucelano, y estando en Aragón, la espichó el abuelo del rey, Maximiliano, lo que dejaba vacante el puesto de emperador de Alemania. Carlos maniobró para llevarse la corona y la consiguió. Cuando lo supo, estaba en Barcelona, se marchó sin más allí, sin acordarse, o tal vez acordándose pero pasando de ello, que la tradición mandaba que todo rey castellano se sometiese al refrendo de sus Cortes antes de aceptar otra corona. Carlos, lejos de respetar tal formalidad, lo que hizo fue pedirles pasta, porque tenía en la nuca respirando a los banqueros Fugger (que dan nombre a la madrileña calle de Fúcar), que eran los que le habían prestado la pasta con la que había sobornado a los electores suficientes para poder llegar a ser emperador.

Para obtener este dinero y coger por sorpresa a las soliviantadas ciudades, en cuyas esquinas todo el mundo se hacía lenguas con que los flamencos de la Corte estaban acaparando las monedas de mayor valor (un rumor parecido al existente hoy en día con los billetes de 500 euros), Carlos convocó unas Cortes inopinadas en Santiago de Compostela. Las sesiones se iniciaron el 31 de marzo de 1520, bajo la presidencia de un extranjero, el canciller Gattinara. Carlos solicitó la pasta. Como no era costumbre de las cortes castellanas andar jodiendo al rey, lo que se hacía siempre era aprobar el subsidio y luego pasar a las reivindicaciones de los diputados. Pero esta vez los representantes exigieron que se hiciese al revés. O sea: yo primero te digo lo que quiero y luego, conforme me hayas contestado, te doy la pasta o no te la doy.

Carlos respondió trasladando las Cortes a La Coruña, pero no le sirvió de gran cosa. Finalmente, para obtener el subsidio, tuvo que prometer, y prometió, que el dinero no saldría de Castilla y que la mayoría de los altos cargos serían castellanos, no flamencos. Su intención de cumplir lo prometido quedó clara el 25 de abril, día de la clausura de las sesiones, en el cual anunció, al tiempo, que se iba a Alemania y que dejaba de regente a Adriano de Utrecht. Lo cual, a menos que pensemos que Castilla llega hasta Utrecht, era un ultraje.

Es entonces, tras la clausura de las Cortes de Santiago y la salida de Carlos de España el 20 de mayo, cuando comienza la rebelión comunera. Y comienza como una auténtica rebelión española, esto es espontánea y sin planificación. En Segovia, las gentes linchan a los recaudadores de impuestos y al procurador Rodríguez de Tordesillas. En muchas ciudades, el populacho quema las casas de los nobles, los curas significados y de alta gama, y los procuradores. Toledo, León y Zamora se declaran en rebeldía. Toledo toma un cierto liderazgo y convoca a todas las demás ciudades el 29 de julio en Ávila. Allí se crea la Junta Comunera.

Antonio Fonseca, capitán general de los ejércitos castellanos, recibe la encomienda del regente, Adriano de Utrecht, para dirigirse a Medina del Campo y luego a Segovia, a sofocar la rebelión de dicha ciudad. En Medina había entonces un importante polvorín artillero y la razón de la escala era hacerse con esas armas. Para sorpresa del general, al llegar a la ciudad, ésta se niega a entregar los cañones y se apresta a defenderse. El 21 de agosto, un victorioso Fonseca, enormemente cabreado por el desafío de que ha sido objeto, entra en Medina a sangre y fuego y se lleva por delante a todo lo que se mueve y la mayoría de lo que no se mueve. La noticia del saco de Medina encabrita al resto de ciudades e, incluso, decide a los indecisos a unirse, como ocurre en Burgos e incluso Valladolid, donde está el de Utrecht. Los alzados, por cierto, siempre buscaron la unión de las ciudades y territorios periféricos de Castilla. Lo que ocurre es que, como mayoritariamente no lo consiguieron, su rebelión ha quedado en el imaginario histórico como una rebelión puramente castellano-leonesa.



Los comuneros obtuvieron rápidas victorias sobre las tropas regalisas. Pero no todo en su seno fue fácil. En realidad, dentro de la Junta Comunera había dos facciones. Una, comandada por la nobleza mediana que se había unido a la rebelión, era de signo moderado y pactista. La otra, más proclive a las masas populares y relacionada con las rebeliones campesinas de la época, era de corte más radical. Estas dos facciones se enfrentaron a la hora de nombrar jefe, pues los radicales querían a su héroe Padilla, conquistador de Tordesillas, quien, sin embargo, fue preterido en favor del moderado y noble Pedro Girón. En Tordesillas, por cierto, Padilla y los suyos se fueron a ver a la reina para ponerla al frente de su reivindicación. Era su jugada maestra porque, como os he recordado ya, según los términos de todos los testamentos la verdadera heredera era ella; así pues, si a Juana le hubiese quedado media neurona para apoyar a los alzados, la legitimidad de Carlos habría quedado muy seriamente en entredicho. La entrevista con Juana, sin embargo, fue un retraso. Se pongan como se pongan los interpretadores de los hechos, estaba tolili perdida.

Girón fue un desastre. Empeñado en poner cerco a los realistas en Medina de Rioseco, desguarneció Tordesillas, donde estaba la Junta Comunera. Para colmo, no tomó la ciudad, sino que acabó replegándose a Valladolid, con lo que los realistas conquistaron Tordesillas y recuperaron a Juana. Girón fue obligado a dimitir y fue sustituido por Padilla quien, junto con sus lugartenientes Francisco Maldonado y Juan Bravo, que vaya suerte tener nombre de bulevar, se dirigió al enclave de Torrelobatón, que tomó. De haber seguido, probablemente, habría estado en condiciones de poner en muchos problemas a las tropas de Carlos.

Los moderados de la Junta, sin embargo, decidieron negociar.

http://historiasdehispania.blogspot.com.es/2010/05/comuneros-2.html

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