domingo, 15 de marzo de 2015

Las casas de Garcilaso en Toledo (y II)

Durante tiempo se creyó que la casa podía estar en la misma Cuesta de Santa Leocadia, donde también se pensó que se encontraba la casa de Guiomar.

Pero, tras años de investigaciones, en 2007 María del Carmen Vaquero Serrano hacía pública la localización de las casas en las que vivió el matrimonio y doña Elena durante su viudedad, hasta su muerte en 1563.

Dichas viviendas se corresponden con las actualmente situadas, haciendo esquina, en las calles Tendillas, 20 y Aljibes, 2. El vendedor fue un jurado municipal, el converso Antonio de Cepeda, llamado también Antonio de Santa Catalina, padre de Inés de Cepeda, la abuela paterna de Santa Teresa de Jesús.

En la casa habían vivido durante generaciones los bisabuelos, abuelos, padres y los seis tíos de Santa Teresa. Juan Sánchez de Toledo, el converso apóstata abuelo paterno de Santa Teresa, había tenido que abandonar esas casas familiares.


El precio fue alto, 550.000 maravedís, lo cual hace suponer que las casas eran buenas, similares a las de sus vecinos, los señores de Peromoro, la puerta principal de cuya residencia (hoy en la Audiencia) se abría a la actual calle del Instituto.

Lindaban las casas compradas por Garcilaso, en la misma manzana, con las hoy derruídas casas de los señores de Peromoro.

El primer señor de Peromoro había sido don Pedro de Ayala, que murió en 1537, y el segundo fue su hijo, Juan de Ayala, fallecido en 1543.

Pedro de Ayala, regidor de Toledo, participó en el movimiento comunero; su hijo colaboró con él en la revuelta; algunos testigos del proceso contra el también comunero Juan Gaitán declararon que Juan de Ayala intervino en la toma del alcázar y de los puentes; pero, al avanzar la sublevación, don Juan acabó poniéndose de parte del rey; algún testigo declaraba que don Juan combatió a Juan de Padilla; cuando terminó la rebelión, don Juan fue nombrado regidor del Ayuntamiento y consiguió que le fueran devueltos a su padre los bienes que le habían sido confiscados.

Cerca, en la actual plaza de las Capuchinas, tenían su casa los padres de Guiomar de Carrillo, primer amor de Garcilaso.

Las casas adquiridas por Garcilaso se hallaban en la colación de Santa Leocadia, bajando desde las Tendillas de Sancho Bienaia al convento de las Capuchinas, haciendo esquina entre la calle Tendillas, a la que daba un postigo de las casas, y la calle Aljibes (que conduce a Santo Domingo el Real), a la que daba la puerta principal.

Eran entonces éstas “calles reales”, entendiendo por tales calles públicas de cierta importancia. Las casas se alzaban en una zona antigua y aristocrática. A corta distancia de la muralla, desde ellas podía contemplarse la Vega Baja.

Desde la casa natal de Garcilaso había una cuesta (hoy desaparecida) que desembocaba en la actual calle de las Tendillas, en la esquina con la plaza de las Capuchinas.

Por lo tanto, Garcilaso tenía su casa próxima al hogar de sus padres, al pie de la cuesta donde se hallaba éste.

Varios documentos dan fe de que Garcilaso durante su matrimonio y, tras su muerte, su mujer y sus hijos, habitaron estas casas.

En 1537 se inventarían los bienes dejados por Garcilaso y entre ellos figuran sus casas en la parroquia de Santa Leocadia, “sabida morada del magnifico señor don Garcilaso de la Vega”.

En 1556, la viuda del poeta instituyó un mayorazgo a favor de su única hija sobreviviente, Sancha de Guzmán, casada con don Antonio Portocarrero. Las casas conyugales formaban parte del mismo.

En un protocolo de 1720 se alude a ese mayorazgo. Se indica que Joaquín Melchor Portocarrero Laso de la Vega era el heredero del mayorazgo. Y se dice dónde se hallaban las casas principales en las que moraba doña Elena, añadiendo que se encuentran en ruinas: «a la parroquia de Santa Leocadia, en la calle que baja del sitio de las Tendillas de Sancho Bienaia al convento de las Capuchinas, donde tienen un postigo, y hacen esquina a la calle que desde la referida va al convento de Santo Domingo el Real, por cuya parte está la puerta principal. Dichas casas están arruinadas».

Su exterior fue objeto de una reforma en el siglo XVIII.

Garcilaso pasó poco tiempo en la vivienda de su propiedad. Un año después de adquirir las casas, partió de Toledo.



En abril de 1528 había muerto en Nápoles su hermano Fernando. En 1532, tras unos cuantas idas y venidas, Garcilaso llega a Nápoles, visita la tumba de Fernando y le dedica un soneto en el que el poeta presta la voz a su hermano:

«No las francesas armas odïosas, en contra puestas del airado pecho, ni en los guardados muros con pertrecho los tiros y saetas ponzoñosas; no las escaramuzas peligrosas, ni aquel fiero ruido contrahecho de aquel que para Júpiter fue hecho por manos de Vulcano artificiosas, pudieron, aunque más yo me ofrecía a los peligros de la dura guerra, quitar una hora sola de mi hado; mas infición del aire en sólo un día me quitó al mundo y me ha en ti sepultado, Parténope, tan lejos de mi tierra».

Pese a la brevedad de sus estancias en Toledo, Garcilaso tendrá cinco hijos, además de Lorenzo.
Los hijos habidos con doña Elena serán:

– Garcilaso, que morirá niño.
– Íñigo de Zúñiga, que morirá en 1555, a los 27 años,
en la toma de Volpiano contra los franceses.
– Pedro de Guzmán, que a los 14 años profesará
en el convento de San Pedro Mártir de Toledo.
– Sancha, nacida en 1532.
– Francisco, nacido en 1534 y que morirá niño.

En su testamento, redactado en 1529, el poeta dejaba limosnas para “mi parrocha de Santa Leocadia”.

En la época de Garcilaso, la actual plaza de Santa Leocadia estaba ocupada por el cementerio parroquial.

La última vez que estuvo en su nuevo hogar fue en abril de 1534.

Ese año regresó a Nápoles, por tierra. Se detuvo en Avignon. Desde allí escribió una epístola a Boscán, en la que se queja de las malas condiciones del camino:

«¡Oh, cuán corrido estoy y arrepentido de haberos alabado el tratamiento del camino de Francia y las posadas! Corrido de que ya por mentiroso con razón me tendréis; arrepentido de haber perdido el tiempo en alabaros cosa tan digna ya de vituperio; donde no hallaréis sino mentiras, vinos acedos, camareras feas, varletes codiciosos, malas postas, gran paga, poco argén, largo camino».

Ese mismo año, en la campaña de Túnez contra Barbarroja, Garcilaso fue herido en una escaramuza
en la boca y en el brazo derecho. Garcilaso alude a ello en un soneto que escribió a Boscán:

«Y así, en la parte en que la diestra mano gobierna, y en aquella que declara los conceptos del alma, fui herido. Mas yo haré que aquesta ofensa, cara le cueste al ofensor, ya que estoy sano, libre, desesperado y ofendido».

En 1535 los expedicionarios regresaron a Trápani. Allí murió don Bernardino, hermano menor del Duque de Alba. Garcilaso le dedica una elegía:

«¿A quién ya de nosotros el exceso de guerras, de peligros y destierro no toca y no ha cansado el gran proceso?
¿Quién no vio desparcir su sangre al hierro del enemigo? ¿Quién no vio su vida perder mil veces y escapar por yerro?
¡De cuántos queda y quedará perdida la casa, la mujer y la memoria, y de otros la hacienda despendida!
¿Qué se saca de aquesto? ¿Alguna gloria? ¿Algunos premios o agradecimientos? Sabrálo quien leyere nuestra historia».

También escribió una nueva epístola a Boscán, en la que declara su empeño en simultanear las armas y las letras:

«Yo enderezo, señor, en fin, mi paso por donde vos sabéis que su proceso siempre ha llevado y lleva Garcilaso; y así, en mitad de aqueste monte espeso de las diversidades me sostengo, no sin dificultad, mas no por eso dejo las musas, antes torno y vengo dellas al negociar, y variando, con ellas dulcemente me entretengo. Así se van las horas engañando, así del duro afán y grave pena estamos algún hora descansando. [...]

Oh crudo, oh riguroso, oh fiero Marte, de túnica cubierto de diamante y endurecido siempre en toda parte!, ¿Qué tiene que hacer el tierno amante con tu dureza y áspero ejercicio, llevado siempre del furor delante? Ejercitando, por mi mal, tu oficio, soy reducido a términos que muerte será mi postrimero beneficio».

En 1536, durante las campañas de Carlos por Italia, Garcilaso escribe su Égloga Tercera:

«Mas la fortuna, de mi mal no harta, me aflige y de un trabajo en otro lleva; ya de la patria, ya del bien me aparta, ya de mi paciencia en mil maneras prueba. [...]

Entre las armas del sangriento Marte, do apenas hay quien su furor contraste, hurté de tiempo aquesta breve suma, tomando ora la espada, ora la pluma. [...]

Pintado el caudaloso río se vía, que, en áspera estrecheza reducido, un monte casi alrededor ceñía, con ímpetu corriendo y con ruido; querer cercarlo todo parecía en su volver, mas era afán perdido; dejábase correr, en fin, derecho, contento de lo mucho que había hecho. Estaba puesta en la sublime cumbre del monte, y desde allí, por el sembrada, aquella ilustre y clara pesadumbre de antiguos edificios adornada. De allí con agradable mansedumbre el Tajo va siguiendo su jornada y regando los campos y arboledas con artificio de las altas ruedas».

En abril de 1534 había abandonado Toledo por última vez. Ya no volverá vivo. Morirá en Niza en octubre de 1536, y allí se le enterrará, en la iglesia de Santo Domingo.

Gregorio Marañón imaginó así la comunicación del óbito a doña Elena:

«Llegó el año 1536, que los astrólogos habían señalado rico en guerras y dolores. Doña Elena esperaba un día tras otro, tras las almenas toledanas, las nuevas del guerrero lejano...
Desde que el ejército del César salió de Italia, en su expedición contra los franceses, se ignoraba lo que había pasado.
En los corrillos del claustro de la Catedral o bajo los arcos de Zocodover, donde se comentaban las noticias y las invenciones de cada jornada,decíase que esta vez la fortuna no quiso acompañara las armas invictas de Carlos V.
A últimos de octubre empezaron a llegar rumores de la desdicha de Garcilaso...
A doña Elena le ocultaron los tristes presagios.
Y cuando supo que volvían a Toledo capitanes o soldados de Italia, se dispuso a recibir al ausente...
Una tarde hubo bulla de gente y caballos por la calle. Se detuvieron debajo de su balcón...
Aparecieron sus dos mejores amigos, López de Guzmán y Rodrigo Niño:

venían enlutados y tan tristes que nada tuvieron que decir...
Llegó semanas más tarde su sobrino, don Antonio Portocarrero, que había acompañado a Garcilaso en su ascensión heroica por la escala mortal, en el asalto de la torre de Muy. Él también cayó al foso, arrastrado por el poeta herido y estuvo a punto de perecer magullado. Había asistido después a la muerte del gran toledano, confortado por el marqués de Lombay. Portocarrero se quedó en Toledo, consolando a sus deudos, que pronto lo fueron más estrechamente porque se enamoró de Sancha, hija del héroe muerto, y se casó con ella».

Juan Boscán escribió a la muerte de Garcilaso:

«Garcilaso, que al bien siempre aspiraste y siempre con tal fuerza le seguiste, que a pocos pasos que tras él corriste, en todo enteramente le alcanzaste.
Dime: ¿por qué tras ti no me llevaste? Cuando desta mortal tierra partiste, ¿por qué al subir a lo alto que subiste, acá en esta bajeza me dejaste?
Bien pienso yo que si poder tuvieras de mudar algo lo que está ordenado, en tal caso de mí no te olvidaras. Que, o quisieras honrarme con tu lado, o, a lo menos, de mí te despidieras; o, si esto no, después por mí tornaras».

Garcilaso había dispuesto en su testamento que debía ser enterrado en la capilla “de mis agüelos”, salvo “si muriese pasada la mar”, en cuyo caso le enterraren donde falleciese.

Conforme a su voluntad, fue sepultado en Niza, pero en 1538 su esposa dispuso el traslado de sus restos a Toledo, para darles sepultura en la iglesia conventual de San Pedro Mártir, cercana a su casa.

Los señores de Batres, familia materna de Garcilaso, pertenecían al linaje de los Guzmán y por lo tanto emparentaban con Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de los Dominicos.

Por ello, la familia siempre se había sentido vinculada al convento dominico de San Pedro Mártir, en el que habían fundado una capilla, la capilla del Rosario (llamada por Garcilaso “de mis agüelos”).

El convento presentaba un aspecto muy distinto del actual, ya que sus trazas fueron reformadas en el siglo XVII. El cenobio dominico era el más influyente de la ciudad, albergaba a unos sesenta frailes,
entre los que se escogía a los consultores de la Inquisición, y en sus sótanos existía una imprenta
con monopolio para la impresión de bulas, que, a un ritmo de producción de más de dos millones al año, reportaba ingentes beneficios.

En él profesaron como frailes uno de los hermanos de Garcilaso, Francisco, y uno de sus hijos, Pedro de Guzmán.

En el año 1555 murió en batalla el hijo segundo de Garcilaso y Elena (que se había llamado Íñigo de Zúñiga, pero había cambiado su nombre por el de su hermano mayor, Garcilaso, que falleció siendo niño).

Entonces doña Elena encargó dos estatuas orantes para ambos soldados, su marido y su hijo. Las labró un tal Linares, para la capilla del Rosario. La estatua del poeta es la que se sitúa delante. Esta estatua quizás sea el mejor retrato de Garcilaso de que podamos disponer.

En 1869 se decidió crear un panteón nacional de hombres ilustres en el templo de San Francisco el Grande de Madrid. Con tal motivo, se trasladaron a la capital los restos del poeta. El proyecto no cuajó, debido a los cambios políticos.

Los restos permanecieron seis años en la sacristía del citado templo.

En 1875 volvieron a Toledo, donde fueron depositados en el Ayuntamiento.
En 1900 un conserje advirtió lo que guardaba aquel cajón arrinconado y lo comunicó al alcalde.
En 1900, las cenizas fueron solemnemente devueltas a la capilla familiar.

Con tal ocasión, el 17 de agosto el Consistorio colocó una lápida conmemorativa en la fachada de la que entonces se creía casa natal de Garcilaso.

En la época de Garcilaso, la hoy tranquila plaza de San Román, entre la calle de Esteban Illán y el convento de San Pedro Mártir, estaba ocupada por el Hospital de la Misericordia.

Luego hubo allí durante algún tiempo un depósito de aguas. Éste se demolió en 1979. Poco después se decidía erigir en ella un monumento al poeta.

Así, en 1995 se inauguró una estatua de Garcilaso, obra del escultor toledano Julio Martín de Vidales.

Hay, en la ciudad, otra evocación de Garcilaso. Se halla junto al puente de San Martín, en un resto de la muralla de la judería.

Se trata de una lápida de azulejos adherida a la muralla, en la que se reproducen unos versos del poeta, un fragmento de la Égloga Tercera.

El 2 de enero de 2007, tras haber localizado la ubicación de la casa conyugal de Garcilaso, en la esquina de las calles Tendillas y Aljibes, Carmen Vaquero escribía a la Dirección General de Patrimonio de Castilla La Mancha, así como a la Fundación “Garcilaso de la Vega”, de Madrid, a la Asociación de Amigos de Garcilaso de la Vega, en Toledo y a la Asociación de Profesores de Español de CastillaLa Mancha “Garcilaso de la Vega”, explicando el valor histórico y cultural del edificio y solicitando su protección y su adquisición para instalar en él la casa-museo de Garcilaso.

En abril de ese mismo año, el Ayuntamiento y la Fundación Garcilaso de la Vega firmaron un acuerdo para crear en tal ubicación un centro de estudios dedicado al poeta. Se mantuvieron contactos con los dueños del inmueble.

En junio de 2007 se creó un consejo asesor presidido por Fernando Garcilaso de la Vega Ocaña, sevillano de 70 años, e integrado entre otros por Mariano Calvo y Carmen y Valle Vaquero.

En 2010 aún aparecía en algún diario la noticia de que la Fundación deseaba adquirir el solar de la casa en la que vivió Garcilaso para construir su casa-museo.

Luego, nada.

En septiembre de 2013, Mariano Calvo se lamentaba en una entrevista publicada en prensa por el abandono del proyecto y el estado ruinoso en que se encuentra la casa, “unos muros que han resistido más de quinientos años”.

Se trata de una casa de dos plantas, de apariencia corriente, en cuyo bajo hasta hace poco había una tienda de dulces. Toledanos y visitantes pasan ante ella con indiferencia.

La casa permanece abandonada, los cristales de las ventanas han sido quitados, dejándola expuesta a la intemperie y sometida a un rápido deterioro.

Mariano Calvo sospecha que puede tratarse de una maniobra de “destrucción calculada”, inducida por intereses especulativos que buscan una licencia de derribo.

Sobre la fachada campea el cartel de una promotora inmobiliaria.

Mariano Calvo solicita la reacción de la ciudadanía para evitar la desaparición de tan importante vestigio.

Escribió Miguel Hernández:

«Nada de cuanto miro y considero mi desaliento anima, si tú no eres, claro caballero. Como un loco acendrado te persigo: me cansa el sol, el viento me lastima y quiero ahogarme por vivir contigo».

Publicado por Caminante en 4:37 
http://buscandomontsalvatge.blogspot.com.es/2013/11/toledo-las-casas-de-garcilaso.htm

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