martes, 17 de diciembre de 2013

Reino Visigodo de Toledo: De Wamba a Rodrigo.

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A la muerte de Recesvinto fue elegido rey Wamba (o Vamba). En su elección hubo ciertas irregularidades ya que no se cumplieron todas las condiciones indicadas en el VIII Concilio de Toledo.

Básicamente el nombramiento de Wamba fue realizado por la aristocracia militar “nacionalista”, y se les presentó a los palatinos y obispos como hecho consumado. Pese a todo, Wamba fue ungido rey. 

Pero al poco estalló la primera revuelta. Sicronizadamente se alzaron los vascones y el conde de Nimes.

Con amenazas tan separadas entre sí (Nimes era la ciudad de Septimania más lejana a Toledo), Wamba organizó dos ejércitos, uno a sus órdenes contra los vascones y otro al mando del duque Paulo contra los rebeldes. 

Paulo marchó a Zaragoza y luego a Narbona. Allí se le unieron el dux de la Tarraconense, Ranosindo, y otros rebeldes y le proclamaron rey. No se trataba sólo de un rival de Wamba.

Paulo y los suyos buscaban la secesión de Septimania y Tarraconense para constituir un nuevo reino, y de hecho Paulo le envió a Wamba negociadores que llegasen a un arreglo sobre esta base. 

Este hecho no tenía precedentes en la historia visigoda, porque para los visigodos el reino era patrimonio del pueblo, no un patrimonio personal que pudiera dividirse a la muerte de su dueño [1]. Wamba se alarmó lo suficiente como para interrumpir la campaña contra los vascones y marchar contra Paulo y los suyos, a los que derrotó completamente.



Paulo pidió ayuda a francos y bizantinos, pero ninguno de los dos estaba en condiciones de prestarle ayuda. Los francos, por su división y debilidad; los bizantinos, porque bastante tenían con los musulmanes, que ese año 673 asediaron Constantinopla por primera vez. 

De vuelta en Toledo, y una vez hecho un escarmiento a los rebeldes, Wamba proclamó el 1 de Noviembre de 673 una ley que imponía el servicio de armas a todos los súbditos del reino. Con esta ley, en el momento en que cualquiera, godo o hispano, seglar o eclesiástico, supiera de un ataque enemigo, tendría que presentarse a las autoridades con todas las fuerzas que pudiera reunir. Lo más interesante de esta ley es su preámbulo, en el que Wamba se lamenta de los males que le ha causado al reino la inasistencia militar de parte de la población. 

Así pues, acabamos de llegar a otro nudo en la historia de los visigodos. De pueblo en armas, de pueblo belicoso y guerrero donde los hubiera, han pasado a ser un pueblo en el que hay gente que no presta servicio militar. ¿Y cómo se ha llegado a eso? 

La razón fundamental es que la nobleza visigoda se había convertido en una nobleza terrateniente. Los visigodos pobres (el “estamento llano” visigodo, podríamos decir) se ocupaban de la agricultura y no del servicio de armas. El pueblo visigodo ya no era un pueblo de guerreros. Por otro lado, los nobles tenían su comitiva de fieles militares, que eran realmente la fuerza militar que podía defender al reino, pero al estar pagados por los nobles y no por el rey, ya no obedecían al rey visigodo en tanto que líder del pueblo visigodo, sino a sus propios patrones, que a fin de cuentas eran los que les pagaban las soldadas. Si a estos dos factores añadimos los males del sistema monárquico electivo, con sus trapicheos, sus componendas y sus puñaladas traperas, es fácil imaginarse en qué empleaban los nobles godos sus fuerzas militares mejor que en la defensa del reino. 

Este punto es vital para entender la caída del reino visigodo, y volveré a él en su debido momento. 

Proclamada esta ley el siguiente paso que da Wamba es convocar el XI Concilio de Toledo (Noviembre de 675), celebrado en paralelo con el III Concilio Bracarense, para la provincia Gallaecia. 

No puede decirse que estos concilios tuvieran como fin confirmar al rey, que por otro lado ya había sido coronado y ungido dos años antes. El fin de estos concilios es el de reforzar la administración del Estado y confirmar la legislación de Wamba. Además, ambos concilios trataron de temas litúrgicos, que supongo que al rey no le preocuparían demasiado. 

Pasadas las primeras tribulaciones, el reinado de Wamba fue bastante tranquilo, aunque llegó a un punto y final bastante abrupto. En 680 Wamba cayó enfermo y pidió recibir la tonsura eclesiástica y los santos óleos [2]. Pero en vez de morirse, Wamba sanó, para llevarse la sorpresa de que al ser ya eclesiástico, y según lo mandaban los cánones de los concilios toledanos, ya no podía ser rey. De inmediato se reunió la asamblea de nobles, que proclamó rey a Ervigio. 

Wamba protestó porque había sido tonsurado sin su consentimiento, pero Ervigio le ganó por la mano y le envió a un monasterio. Muchos fieles de Wamba pensaron que todo había sido un complot de Ervigio y los suyos para quitarle el trono, y que la supuesta enfermedad había sido producto de las drogas (de hecho, un siglo después ésta es la versión de los hechos que recoge la Crónica de Alfonso III, o sea, que el escándalo debió ser grande). Si esto fue así, se trataba de un golpe de Estado en toda regla. Abonaba la sospecha el que el nuevo rey fuera hijo de Ardabasto (un noble griego que se refugió en 643 en la corte goda y llegó a ocupar altos cargos en las administraciones de Khindasvinto y Recesvinto) y de una sobrina de Khindasvinto. Dado que Wamba fue elegido rey por los godos “nacionalistas” presentando a los demás nobles el hecho consumado, la elección de Ervigio suponía la reacción de los hispanogodos y de los fieles de Recesvinto. 

Por si acaso Ervigio convocó de inmediato el XII Concilio de Toledo (Enero de 681) con el fin de legalizar su elección. El concilio ratificó la legalidad de la ordenación de Wamba y de la posterior elección de Ervigio. Además de éste, se trataron otros dos asuntos de importancia. El primero fue la suavización de la ley militar de Wamba (argumento que fue esgrimido para probar que Wamba era un tirano). El segundo, la preeminencia del obispo metropolitano de Toledo sobre todos los demás metropolitanos y obispos del reino. En efecto, en este concilio se determinó que era el metropolitano de Toledo el que tenía el derecho de consagrar a los obispos de las sedes vacantes en el reino. Con esto se conseguía centralizar las elecciones episcopales en una sola persona y se evitaban abusos con nombramientos ilícitos. A la larga, esta potestad de los obispos toledanos sería de gran beneficio para los visigodos y sus herederos, como ya veremos. 



En 683 se convocó otro concilio en Toledo para afirmar la validez de todo lo acordado en el anterior, con mención expresa de la protección debida a la persona del rey y de su familia. No se puede afirmar claramente, pero parece que este concilio de 683 se convocó después de un intento de derrocamiento de Ervigio, seguramente organizado por los fieles del tonsurado y no difunto Wamba. 

Por estas mismas fechas tiene lugar un acontecimiento que pasó desapercibido a los ojos de la corte toledana. 

Entre 682-683, Uqba ibn Nafi, gobernador de Kairuán (capital militar de la Berbería recién conquistada por los musulmanes), organiza una expedición hacia Occidente. Se trata más bien de un reconocimiento en fuerza que de un intento de conquista serio. Con sus fuerzas llegas hasta la orilla del Atlántico después de haber recorrido el interior de Marruecos. La expedición finalizó en 687, año de la muerte de Uqba. 

¿Contactó Uqba con los gobernantes de Tánger y Ceuta? No se sabe. Personalmente estoy convencido de que sí. Uqba, por lo que sabemos, era un administrador y militar competente. No me cabe en la imaginación el que organice una expedición de reconocimiento hasta el litoral atlántico y deje de reunir información sobre Tánger y Ceuta, ciudades de las que sin duda tendría informaciones a través de sus contactos con los bereberes. 

Ervigio, al que seguramente los bereberes, cristianos o musulmanes, no debían preocuparle mucho, murió el 15 de Septiembre de 687. Le sucedió Égica, que estaba casado con una hija del difunto rey, aunque él mismo era sobrino de Wamba. Égica llegó al trono con el apoyo de los fieles de su tío y de los visigodos “nacionalistas”, pese a su alianza familiar (y supongo que política) con la familia de Ervigio. 

Égica fue designado sucesor por Ervigio, pero los nobles de palacio no debieron verlo muy claro. Se inició un interregno en el que los fieles de Égica negociaron con los de Ervigio un “modus vivendi”. Al final Égica garantizó las personas y bienes de la viuda y la familia del difunto rey a cambio de que no le estorbasen en el trono. Este pacto evitó una guerra civil aunque a costa de ahondar en las divisiones partidistas de la corte visigoda. 

Finalmente, Égica fue ungido rey en Toledo en Diciembre de 687. De inmediato (Mayo de 688) convocó un concilio, el XIV de Toledo, con el fin de legalizar su acceso al trono y también para que el concilio le autorizara a romper el pacto a que había llegado con la familia y los fieles de Ervigio. Lo primero lo consiguió; lo segundo no. 

El nuevo rey no llegó a ser un nuevo Khindasvinto, pero casi. El reinado de Égica se vio alborotado por continuas rebeliones e intentos de sublevación que reprimió con mano dura. El momento álgido se alcanzó en al año 693 en el que un grupo de conspiradores elevó al trono al dux Sunifredo en Toledo. Égica acusó de estar involucrado en la rebelión a la familia del difunto Recesvinto, y al mismísimo metropolitano de Toledo, al que quitó la mitra a golpe de espada. 

Decido a acabar de una vez por todas con sus enemigos, y para sancionar sus decisiones y eliminar a los enemigos que tuviera dentro de la Iglesia, Égica convocó ese mismo año 693 el XV Concilio de Toledo [3]. Se salió con la suya, pero no contento con eso, Égica hizo una revisión del Código de Recesvinto para endurecer las penas por traición y sedición. Además se imponen la obligación de que los cargos palatinos y de la administración del reino jurasen fidelidad al nuevo rey apenas fuera ungido. 

En el XV Concilio de Toledo Égica acusó directamente a los judíos de haber estado envueltos en la conspiración contra él. Qué razones tenía para acusarlos, no se sabe, y quizá la simple sospecha le bastaba. Como fuera, Égica consiguió del concilio medidas legales contra los judíos de todas las provincias, salvo Septimania. Al año siguiente, 694, comienzan a aparecer en las costas españolas mercaderes griegos y judíos que llegaron huyendo de la guerra entre Bizancio y los musulmanes. Égica no miró a los recién llegados mejor que a los que ya estaban en Hispania. Ese mismo año 694 Égica obtiene del XVI Concilio de Toledo un endurecimiento de las leyes antijudías, con la excusa de que los judíos constituyen un peligro para la estabilidad del reino. Una vez más, Égica no presentó argumentos convincentes, sino la simple sospecha. 

La situación había llegado a un punto de tirantez enorme. Égica reinaba, pero en cualquier momento podía surgir una nueva conspiración, y el puño de hierro del rey no se bastaba a eliminarlas todas. Fue entonces cuando un grupo de hispanogodos, apoyados por la jerarquía eclesial, comenzó a ver a Witiza (o Vitiza), hijo del rey, educado en la cultura romana, como una alternativa a su padre. Se repetía un poco con el tándem Égica-Witiza lo que pasó con Khindasvinto y Recesvinto. En la época de 693-694 Witiza era el dux de la provincia Gallaecia. 

Sólo que en este caso, además, las facultades mentales de Égica declinaban a ojos vistas. Rindiéndose a la evidencia, Égica asoció al trono a su hijo Witiza en 697 (XVII Concilio de Toledo), y de inmediato delegó en él casi toda la tarea de gobierno. 



Égica vivió hasta 702, siendo el rey nominal, pero de hecho era su hijo el rey. El XVIII Concilio de Toledo (700) certificó la incapacidad de Égica para reinar y autorizó a que Witiza, en vida de su padre, ocupara el trono. Muerto Égica no había muchas más alternativas al trono que la de Witiza, que en consecuencia fue elegido rey y ungido en Toledo. 

Las primeras medidas de Witiza consistieron en amnistiar a los nobles perseguidos por su padre. El fin de estas medidas no era enteramente altruista. Con ello buscaba reconciliarse con los fieles de Ervigio y con la cúpula eclesial a fin de garantizar la sucesión en la persona de sus hijos, que eran entonces casi niños. Witiza no era tonto y sabía lo que ocurría cuando un príncipe joven llegaba al trono, por muy poderoso que fuera su padre (casos de Liuva II y Tulga). 

El reinado de Witiza no fue tan inestable como el de su padre, pero la lucha soterrada entre partidos de unos y otros en la corte debilitaron el trono y el reino más que una guerra civil cruenta, como se vio a su muerte. 

Witiza murió en 710. Su deseo era que alguno de sus hijos ocupara el trono, pero éstos eran demasiado jóvenes y la nobleza visigoda no los tuvo en consideración. Fue elegido rey Rodrigo. 

Rodrigo era nieto de Khindasvinto. El padre de Rodrigo había participado en conspiraciones contra Égica, y había muerto prisionero. El nuevo rey había sido dux de Lusitania con Witiza. En consecuencia, Rodrigo no era un bastardo advenedizo como la leyenda quiso mostrar. Se trataba de un miembro de la más alta nobleza del reino. 

La elección de Rodrigo no fue tranquila. El nuevo rey no pertenecía al partido de los fieles de Égica y Witiza, y no era de su familia. Si Rodrigo contaba con el apoyo de los hispanogodos, es otra cuestión. Parece ser que éstos andaban divididos y descabezados tras la represión de Égica, y una parte de ellos apoyaba a los hijos de Witiza (fruto de la política del difunto rey de atraerlos a sus partidarios). La familia de Witiza debía temer la represión del nuevo rey porque casi todos ellos escaparon de Toledo. 

En esta lucha de partidos al nuevo rey no le dio tiempo a convocar ningún concilio. A poco de ser ungido rey, Rodrigo tuvo que tratar con una rebelión en la Tarraconense y con una sublevación de vascones. 

Rodrigo marchó a tierra de los vascones en la Primavera de 711, con la intención, probablemente, de sofocar luego la rebelión de la Tarraconense. Estando en el Norte, a principios de Junio de 711, recibió mensajes del dux de la Bética, Teodomiro, en el que le informaban que un pequeño ejército extranjero había desembarco en Algeciras, que contaban estos extranjeros con la ayuda de traidores y que él, el dux, había sido derrotado en algunas escaramuzas contra ellos. En consecuencia, solicitaba refuerzos con urgencia. Rodrigo juzgó esta inesperada amenaza como algo más grave que la de los vascones. Interrumpió la campaña para dirigirse, vía Toledo, a Córdoba, adonde convocó a sus fieles y las fuerzas del reino para principios de Julio de 711.

[1] Justo al contrario que los francos, para los cuales el reino era propiedad del rey y éste podía dividirlo a su antojo, cosa que además hicieron en varias ocasiones.

[2] Era costumbre de la época entre la alta nobleza recibir la tonsura, junto con el diaconado o presbiterado, en el lecho de muerte.

[3] En 691 ya había convocado el III Concilio de Zaragoza (éste destinado sólo a los obispos de la Tarraconense, lo que hace sospechar que allí tenía Égica un buen puñado de enemigos).

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